“¿Elegiría un consumidor para que sea nuestro representante en el legislativo o lleve las decisiones ejecutivas? Suena fácil decir ‘estos son el reflejo de la comunidad”. ¡No lo comparto!’. Deben ser el ejemplo de la sociedad que en ellos confía.»
REMBERTO BURGOS DE LA ESPRIELLA
Médico neurocirujano
Nicolasa lo sabía muy bien. En esta época antes de elecciones tenía que aumentar el arroz en la casa y hacerlo en la olla que lo precipitara al fondo. Cocinarlo suave y dejar que, como pavimento bien hecho, se pegara al fondo.
Al senador lo ponían muy nervioso esos tres meses. Llegaba de gira por los pueblos, a veces con el éxito de haber comprado un líder o frustrado, pues lo habían negociado los del otro bando, y cavilaba en la cocina. Contemplaba la olla e hipnotizado empezaba a comer pegao.
En la parte inferior de la nevera, Nicolasa le tenía el acompañante: suero costeño, guardado celosamente en el recipiente que le regalaron “al docto” en Sampués, bien tapado –para que no le entrara aire– y lejos de las verduras. Cucayo con suero en la madrugada: su fórmula para mitigar la volatilidad de los votos responsables de su ansiedad.
El doctor Quessep le decía que el pegao producía cáncer (suelta la acrilamida, probablemente cancerígeno) pero no le hacía caso. Tres cirugías para la gordura y el pegao con suero soltaban las mejores suturas del bypass. Es el típico comportamiento compulsivo hacia la comida como vía de escape a las situaciones de estrés y de defensa emocional.
La adicción está en el cerebro. Hay razones muy claras: la corteza prefrontal donde está el autocontrol y la regulación de los impulsos es, paradójicamente, más delgada en los enfermos que tienen estos índices elevados de masa corporal. Hipotálamos disfuncionales en la torre de control son quizá la génesis del sobrepeso. Se sabe que a mayor grasa corporal menor cantidad de sustancia gris. Lo cierto es que la obsesión por la comida y la compulsión en la ingesta desequilibra el balance energético entre lo que se come y lo que se gasta. Resultado: obesidad.
La adicción alimentaria –comer en forma desenfrenada, a deshoras– no es otra cosa que una manifestación de ansiedad. La adicción es un problema social y de salud pública, pero en los políticos tiene una connotación especial. La historia nos ha mostrado que muchas decisiones se tomaron bajo el efecto del alcohol (Nixon); otras, bajo el efecto de analgésicos opiáceos (Kennedy) y, en debates sobre temas fundamentales, algunos de los protagonistas han estado bajo el efecto ilusorio e irreal de los alucinógenos. Ojos vidriosos, pupilas dilatadas, lenguaje disártrico e incoherencias mayores que las habituales son los síntomas.
Preocupa cuando están bajo efecto de cocaína o bazuco. Los consumidores cambian su forma de pensar, tienen momentos de hiperexcitación, euforia o paranoia. Hay desconexión con la realidad y los efectos de la adicción son impredecibles. Al día siguiente no recuerdan ni qué firmaron.
Ahora bien, ¿usted se subiría en un avión cuyo piloto es un adicto? ¿Se dejaría operar si su cirujano es consumidor de sustancias psicoactivas? Las responsabilidades de los políticos son mayúsculas: llevar a puerto el bienestar social. ¿Elegiría un consumidor para que sea nuestro representante en el legislativo o lleve las decisiones ejecutivas? Suena fácil decir “estos son el reflejo de la comunidad”. ¡No lo comparto! Deben ser el ejemplo de la sociedad que en ellos confía. No alcanzo a imaginar uno de estos enfermos hablando sobre drogadicción a nuestros niños y con un gramo de perica en el bolsillo.
Diptongo: ¿Tenemos derecho a conocer la historia clínica, documento privado y reservado, de quienes libremente han decidido postular su nombre a cargos de elección popular? Es preciso conocer su salud mental.