Jueves, 21 de noviembre de 2024
Suscríbase
Jueves, 21 de noviembre de 2024
Suscríbase
Remberto Burgos Remberto Burgos de la Espriella cárcel

En el cerebro del pedófilo

Más de este autor

Se nace con la semilla de la pedofilia y en la niñez, los maltratos, las violaciones y torturas –como en el caso de Garavito– robustecen el crecimiento de estos cables torcidos. Es la dinámica de la perversión: de víctimas a victimarios.

Por Remberto Burgos de la Espriella

Médico neurocirujano

Hace unos días, un buen amigo me preguntó: “¿Cómo es el cerebro de un pedófilo?” Su intranquilidad se fundaba en la posibilidad de que Luis Alberto Garavito, “La bestia”, ese temible violador y asesino de niños, recuperara su libertad. El Inpec le había solicitado ‘ingenuamente’ a una jueza de penas que la contemplara. Garavito está condenado a 40 años de prisión y se encuentra recluido en el pabellón de sanidad de la cárcel de Valledupar.

Antes de responderle, le expliqué la diferencia entre pedófilo y pederasta, términos usados como sinónimos en múltiples ocasiones. La pedofilia es la

atracción sexual que una persona adulta (mayor de 16 años) siente por los niños. Experimenta fantasías, pensamientos recurrentes o deseos durante más de seis meses. Se entiende como un trastorno de la conducta y tiene una prevalencia del 3 % en la población general. El pederasta, por otro lado, es aquel que comete el acto sexual y abusa del menor. Este es el de la práctica aberrante y delictiva.

Existen personas comunes que de un momento a otro empiezan a exhibir esta tendencia, y estudios han encontrado que tienen lesiones estructurales cerebrales que explican su comportamiento anómalo repentino. Es la variante adquirida, ejemplificada en enfermos con tumor cerebral cuya primera manifestación clínica fue el abuso sexual de menores. Otras causas son trauma y enfermedades degenerativas. Vale la pena anotar que al extirpar el tumor o retirar el origen exógeno, la conducta irregular desaparece.

El problema estructural congénito o primario es lo usual. La persona nace con una tendencia a seguirla. Hay factores condicionantes durante la gestación, tales como el estrés o la malnutrición de la madre. La circunstancia de lo adquirido se denomina Síndrome Vampiro (si te muerde un vampiro, tienes altas posibilidades de convertirte en uno). En la historia de los pederastas se encuentran antecedentes como que en su infancia fueron víctimas de abuso. En sus años de indefensión lo sufrieron en carne propia, junto con un desarrollo emocional o psicológico atípico, de familias carentes de afecto y con lazos disruptivos.

Conocemos su estructura cerebral: pequeño lóbulo prefrontal, el que regula la conducta; una amígdala de menor tamaño, que es la que transforma y sintoniza las emociones; y una estría terminal anómala (autopista directa desde la amígdala). Además, presentan menos cantidad de la sustancia gris en áreas implicadas en la inhibición de conductas y desarrollo sexual, en comparación con los estándares normales Las vías de conexión de sustancia blanca en las zonas encargadas de reacción ante estímulos sexuales son de inferior densidad. Se nace con la semilla de la pedofilia y en la niñez los maltratos, las violaciones y las torturas –como en el caso de Garavito– robustecen el crecimiento de estos cables torcidos. Es la dinámica de la perversión: de víctimas a victimarios.

Durante varios años se ha logrado detectar, mediante los exámenes de resonancia magnética funcional (muestra el área del cerebro que se activa por el mayor flujo de sangre durante la función ejecutada), qué personas son o no son pedófilas. Nos preguntamos cómo es posible que el placer sexual supere la barrera moral. Algo anda mal, o en el sistema de recompensa o en lóbulo prefrontal. El pedófilo ‘piensa’ en hacerlo y el pederasta “necesita” hacerlo.

Los investigadores afirman que el cableado cerebral del pederasta es diferente. La educación y la cultura modulan el sexo, pero su programación biológica es innegable. Tan cierto es aquello que en el experimento sobre elección de juguetes, los simios machos eligen carros y coches, mientras que las hembras pasan más tiempo jugando con muñecas. Este deshace el efecto del medio ambiente o la socialización. Los seres vivos tenemos similar sistema de recompensa y de gratificación, y los mensajes viajan por similares aferencias nerviosas. ¿Dónde está el interruptor que apaga la moral y oscurece el cerebro ético? ¿En qué momento no importa el daño que ocasionamos? ¿Cuándo sepultamos la empatía emocional?

Se han ensayado múltiples intervenciones terapéuticas para esta parafilia. La castración anatómica o farmacológica es una de ellas (hay informes de 400 castraciones realizadas en el siglo pasado en los Países Bajos, siguiendo la premisa: castración voluntaria o cadena perpetua). Se dan medicamentos antagonistas de la testosterona que disminuyen la libido y el deseo sexual. Estos, vale la pena aclararlo, no modifican la tendencia. Procedimientos ablativos neuroquirúrgicos, con lesión del hipotálamo, no resisten un análisis debido a su ineficacia. El acompañamiento psicoterapéutico integral es pieza clave y, sin duda, ayuda a proteger a la población de niños vulnerables. Allí cobra fuerza la red social comunitaria, vigilante y cuidadora de los menores.

Diptongo: Las conexiones sinápticas de Garavito no tienen arreglo. Tienen una curva dirigida hacia la perversidad. Igualmente pasa con el cerebro de los corruptos. Por eso solo hay una respuesta social para ambos: cadena perpetua.