Miércoles, 18 de septiembre de 2024
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Que difícil jugar con las emociones y dejar que estas hagan su propia sinfonía. Soy poco aficionado al fútbol y rara vez veo un partido. Sin embargo, la famosa final de Argentina-Colombia me tenía emocionado. Para Colombia la gran oportunidad de ser campeón. Se lo merecía y ojalá lo lograra. Estaban las emociones en el tapete y sobre la positiva avanzaban las horas ese día: ojalá fuera un feliz término para el país.

Sin ser experto llamó la atención la prórroga del partido: por dificultades con los aficionados el juego solo empezaría a las 20:15. No me distrajo y pensé que seguramente muchos colombianos, a pesar de las entradas bastante caras, no habían podido ingresar. En una final como esta había que estar en el estadio desde 4 horas de anticipación.

No soy experto para hablar o analizar el partido. Hablemos si del hecho lamentable de miles de aficionados, portando el uniforme de la selección, ingresando en forma bruta para ver el partido. Es la absoluta falta de civismo que expresa total grosería.

Algo descompuso desde años nuestro ADN y el día del partido encontró todas las razones para explicarlo. En nuestro cerebro emocional las estructuras más automáticas y la corteza del cíngulo resolvían estas tensiones.

No conozco a Ramón Jesurún, solo sé que ha recorrido como directivo el fútbol colombiano y latinoamericano. Se ha destacado siempre por ser un hombre de gran capacidad técnica y empresarial. Ha llevado con eficiencia y decoro a la selección de hoy y verla competir, después de 23 años por el primer lugar, es toda una hazaña.

La noche de la premiación brilló por su ausencia: estaba con uniforme anaranjado dándole cuenta a la autoridad de su provocado comportamiento bochornoso a la salida del estadio. Los medios y las redes difundieron en el mundo esta detención. No juzgaré tampoco si fue justa o injusta: los hechos hablan solos, pero lo cierto es que esto fue reflejo, inicuo, del mal comportamiento del ciudadano colombiano.

Son tantos los ejemplos: la agresividad en el tráfico, las piruetas en las motocicletas y qué tal vandalizar las estaciones del transporte. No nos importa el vecino y conjugamos solo el yo en esta movilización de la población. Se perdió la cooperación del buen desarrollo: no se respetan las colas y entre más elegante más fácil se las vuela. La normal educación de ceder el turno no existe: queremos que se nos atienda y punto. Los otros esperan.

En la era de la publicidad y de las redes sociales la imagen de un país es determinante en su desarrollo. Durante varias décadas hemos cargado la sombra y el peso del narcotráfico, la mayor producción de cocaína y su alto nivel de exportación, el lujo de la marihuana producida y sus efectos.

Tenemos una imagen negativa ante el mundo y no la hemos podido disminuir. Ahora, cuando cambiamos el resultado final de una copa en Estados Unidos ¿cómo vamos a desvirtuarla? No podemos aplicar los conceptos de categorización y comparación social cuando la identidad está muy definida.

La historia parece simple. Lo primero, muchos colombianos que habían comprado boleta tuvieron dificultades para ingreso al partido. La boleta más económica costaba 6 millones de pesos y la más costosa 46 millones pesos. Precios exorbitantes para ver una final de fútbol. Se pregunta: qué se hace cuando con boletas no puedes entrar.

La cultura colombiana quedó expuesta con los colados. Se voló y atropelló la cerca, se violentaron los ductos del aire acondicionado y se ingresó a través de ellos. Vericueto disponible era aprovechados por estos colombianos. Estrategias como estas dentro: preguntaban a cualquier ingenuo por la boleta y le tomaban fotos. Así, cuando llegaba la policía tenían el documento legal que avalaba su entrada. Todo este ambiente y la emoción suelta preparaban el kit de boxeo.

El resultado del partido lo olvidé. La vergüenza que pasamos por estos irresponsables colombianos fue lo que quedó y vendió el país al mundo. Falta de respeto y ausencia de colaboración. Ignorancia de las elementales reglas de educación que hacen que una sociedad conviva. Saltarse las normas que hemos construido para vivir en sociedad. Pasarse por la faja los límites de la prudencia y el decoro alejándonos más de lo que significa vivir en comunidad. Las emociones determinan cómo actuamos. Qué lejos estamos.