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Victor G. Ricardo Victor G. Ricardo bogota

Polarización global

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Una de las promesas electorales de Biden era superar dicha polarización y trabajar para volver a unir la sociedad norteamericana. Tres años después del asalto al Capitolio, la división social, cultural, racial y política sigue intacta”

Víctor G Ricardo

Diversos motivos me llevan a pensar que no sólo la situación política de nuestro país, Colombia, enfrenta serios desafíos. Nuestro gran aliado del norte, Estados Unidos, se encuentra también, por distintos motivos, en una situación delicada, debido a la creciente polarización política y a la crisis de la democracia que viene sufriendo en los últimos años.

Una de las promesas electorales de Biden era superar dicha polarización y trabajar para volver a unir la sociedad norteamericana. Tres años después del asalto al Capitolio, la división social, cultural, racial y política sigue intacta. Harían falta varias generaciones para poder ver algunos resultados, no corresponde sólo a Biden, aunque podría tener mayor proactividad para hacer frente a las diferencias actualmente existentes.

A sus 80 años, a su favor tiene el no jugarse nada, al no estar condicionado por un futuro político. Tendría, por tanto, la posibilidad de producir un cambio de paradigma en la sociedad norteamericana que consolide realmente a Estados Unidos como líder mundial. En su contra juega también la edad: son muchos años para hacer frente a los enormes desafíos que tiene una potencia como la norteamericana, a nivel interno como internacional.

Con todo, quisiera reconocer al presidente Biden el haber sido el único mandatario en las últimas décadas con consciencia de la crisis en la que está inmersa la sociedad norteamericana y la necesidad de aprobar reformas. Logró, incluso, aprobar algunas medidas legislativas con el apoyo de ambos partidos.

Aunque no se puede responsabilizar al contexto, tanto interno como internacional, sí creo también que es justo reconocer que éste no le está poniendo las cosas fáciles. Biden tuvo que hacer frente primero a la emergencia sanitaria del covid-19, después a una creciente incertidumbre económica dominada por una inflación descontrolada y, al tiempo, a la agresión Rusia de Ucrania.

Entre tanto, también a la crisis migratoria, a los desafíos del cambio climático y a la amenaza de China al liderazgo mundial de Estados Unidos. Ha logrado reconstruir una maltrecha relación con Europa y la OTAN, ha devuelto a Estados Unidos a las organizaciones internacionales que tanto aborrecía Trump y ha normalizado las relaciones con buena parte de América Latina, a pesar del cambio de signo político en muchos de nuestros países. Nada de eso le está siendo, sin embargo, suficiente, para hacer remontar su popularidad, en el 38 %, la cifra más baja desde el verano de 2022 (cuando se situó en el 36 %).

Y es muy probable que, a medida que pasen los meses y Estados Unidos entre en campaña electoral, su popularidad no mejore, porque contra la edad, su principal estigma, nada hay que pueda hacer. Y es que sólo el 25 % de los votantes demócratas apoya que Biden se vuelva a presentar. La edad media de Estados Unidos es de 37 años y el candidato Biden superará los 80 en 2024, por lo que parece evidente la desconexión entre sociedad y gobernante.

El problema es que enfrente, en el Partido Republicano, Donald Trump se perfila, según todas las encuestas, como vencedor de las primarias y próximo candidato republicano en 2024.

A pesar de su imputación por el caso Stormy Daniels (o como consecuencia de la misma), Trump está viendo cómo aumenta su popularidad frente a otros candidatos republicanos, como el gobernador DeSantis, a quien supera en casi 30 % según algunas encuestas. Ante este panorama, me atrevería a decir que Biden, en su subconsciente, cree que es el único capaz de volver a derrotar a Trump, y de ahí la presentación de su candidatura.

Estaríamos, en este caso, en la repetición de una situación política anómala y nada beneficiosa para Estados Unidos, ni para el mundo, por lo que prefiero pensar en que es posible todavía que ambos líderes replanteen sus aspiraciones presidenciales y sean capaces de apartarse, dejando espacio para que líderes de una nueva generación emerjan y sean capaces de ilusionar a un país políticamente hundido en el bochorno.