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Victor G. Ricardo Victor G. Ricardo Vía al Llano

¿Qué pasa con la Vía al Llano?

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Tuve que ir a Villavicencio y de regreso a Bogotá, por una región que tanto a ustedes como muchos colombianos conocen en especial los llaneros y sus ancestros y que hace parte fundamental de querencias antiguas por nuestra llanura llanera.

Son solo 85 kilómetros de vía que separan a Bogotá de un territorio constitutivo de la mitad de la Nación, no quiero en esta ocasión nombrar; horizontes sin límites, atardeceres inolvidables, afectos sin liquidar; temas todos ellos tan trillados que hacen que las tragedias anunciadas hayan perdido su vigencia.

Déjeme mencionar un desastre desde todos los aspectos de una obra que en manos de depredadores del medio ambiente han dilapidado el capital del recurso del ahorro colombiano, en una elefantiásica obra que como las pirámides de Egipto pasarán como monumentos a las creencias fallidas en manos de los monarcas que pensaron más en el culto a su memoria, que en la utilidad de un esfuerzo encaminado a conectar una Nación.

Los pocos días en que el 75 % de la obra se dio al servicio del viajero fue posible observar la magnificencia del cemento y el acero reinando sobre un paisaje que sepultó por su grandiosidad; puentes, túneles, viaductos, desvíos, dobles calzadas y una infinidad de elementos plásticos de alerta que presagiaban lo que sucedería poco después; en efecto, uno de los 46 puentes el colgante (atirantado) más largo de la vía denominado “Chirajara” (446 metros de largo sobre una altura de 288 metros), colapsó el 15 de enero del año 2018, dejando un primer balance de nueve fallecidos y ocho heridos de los cuales tres quedaron incapacitados de por vida, además de las cifras de lucro cesante y daño emergente que aún los colombianos desconocemos.

A lo anterior se vienen sucediendo hechos como caída de puentes por errores de cálculo en los caudales que sobrepasan (paso naranjales), grietas en los túneles conectores del nuevo Chirajara que ya inaugurado, pero que tardará al menos dos años en darse al servicio, incapacidad de los túneles antiguos en dar servicio adecuado a las exigencias de los nuevos tráficos y parálisis del tramo entre la salida de la capital y el ya nombrado paso de Naranjales que entendemos que ya había sido adjudicado y sobre el cual no se conoce la razón para no iniciarse las obras.

A esta preocupante realidad se suma una ausencia total de las autoridades de tránsito en el control y guía a los viajeros que a pesar del riesgo a sus vidas se arriesgan a transitar por lo que queda de la vía, los anuncios de limitación de tránsito que indican, para aumentar la indefinición, que la ruta es bidireccional, sin otra explicación ni guías humanas que lo aclaren, solo una interminable muestra de “maletines”, “conos” y “luces de peligro” en algunos tramos, cuando en realidad el riesgo existe desde la salida del origen hasta un destino que a pesar de la corta distancia toma más de ocho horas para recorrer.

Finalmente, luego de cientos de conflictos entre camiones, autos y miles de motos que contribuyen al desorden, pitos y sirenas, merecedoras más de una serie de terror, se llega paulatinamente a las tres estaciones de pago de los peajes, los más costosos del país que a pesar de la inexistencia de la vía, se siguen cobrando en los dos sentidos.

Pobre Llano, titulaba un propietario de un vehículo y quiero extender esa frase a pobre Colombia a la que los contratistas violan en lo más preciado de nuestra realidad, nuestros paisajes y nuestras necesidades.