Hace dos años y medio, por los días en que grababa en Buenos Aires una escena con Lionel Messi para la serie Los Protectores, Andrés Parra cayó en un profundo y definitivo desasosiego. Un matrimonio en picada, que derivó en un divorcio inevitable, lo tenía desajustado desde hace tiempo, y su vida, que parecía perfecta para los estándares de la sociedad, no hacía sino jugarle malas pasadas, que trataba de paliar entre psicólogos y terapias alternativas. “¿Cómo es posible que me sienta así de mal si lo he logrado todo?”, se preguntaba una y otra vez, sin obtener respuesta.
Ni la fama que le dio el papel de Pablo Escobar en la serie El patrón del mal, ni los gruesos honorarios que su carrera le reportaba en las cuentas bancarias, ni la vida en pareja que tanto había creído merecer hacían mella en el decaimiento, la ira y la depresión que lo mantenían como atado a una camisa de fuerza. Los psicólogos tradicionales lo aliviaban por momentos, pero los síntomas regresaban una vez dejaba de ir a terapia. “Prueba con esto, a ver si por ahí es”, le dijo su esposa, agotada ya su paciencia. Era un taller de autoconocimiento y eneagrama que, en resumidas cuentas, le abrió el camino de una nueva alternativa: la meditación.
Parece sencillo, pero no lo es, porque la meditación consiste en no hacer nada, en quedarse quieto y en silencio hasta que los pensamientos se disipen, algo fuera de lo común en un mundo de exacerbada agitación mental. Del taller le quedó una frase: “En la oración, el que habla es usted; en la meditación, el que habla es Dios”. Seis meses después, en Buenos Aires, luego de grabar las escenas de ese día para Los Protectores, Parra se dispuso a cumplir la ya rutinaria cita con la meditación. Se sentía demolido y triste, pero hizo el esfuerzo de continuar: “Yo estaba meditando, llorando mucho, y me empecé a quedar dormido. De pronto, como entre dormido y despierto, oí la voz, y lo que la voz me dijo, fue como si me abriera los ojos. Y el dolor que yo sentía se acabó”.
Dejar de actuar, para poder actuar
En la sala del apartamento de Andrés Parra hay un pequeño altar en el que sobresale una estatuilla de Buda y una foto de Anthony de Mello, un sacerdote jesuita y psicoterapeuta que se dedicó a enseñarle a la gente, precisamente, a no hacer nada. A la pregunta de qué se debe hacer para cambiar, De Mello responde en uno de sus libros: “No tienes que hacer nada. De hecho, cuanto más te esfuerces, peor. Lo único que debes hacer es comprender”. Parra tiene la imagen De Mello allí para que se lo recuerde.
La epifanía que expermientó en Buenos Aires fue el comienzo de una nueva vida; o mejor, del comienzo de una nueva manera de asumir la vida. “Lo que me pasó es que me pillé el juego. ¿Sí me entiende? Me di cuenta de que yo vivía esforzándome por cambiar todo lo de afuera —mi esposa, el clima, el trancón—, en vez de fijarme en cambiar yo. Entonces comencé a echar para adentro”.
Ese “camino de Damasco”, ese “echar para adentro”, lo han transitado otras estrellas que se han desencantado con la fama y el reconocimiento y han hecho cambios radicales, entre ellos Jim Carrey y Mike Tyson. Al parecer, cuanto más se infle el ego, más se abandona el ser. Y esa transacción se vuelve insoportable.
Angustiado, ansioso, insatisfecho, aburrido, al borde de la depresión, engañado por los premios y la plata, Parra había construido una vida para agradar a los demás, para ser querido, por miedo al rechazo y al abandono, y se había olvidado de sí mismo.
Ahora, lleva más de dos años descubriendo quién se esconde detrás de la máscara que había usado para exhibirse ante el mundo. Y aunque todavía no sabe muy bien quién es hoy, tiene muy claro quién no quiere volver a ser. “Según Jim Carrey, la depresión es el alma diciendo ‘por favor, no actúe más’. Usted se deprime porque el cuerpo no puede actuar más y se desenchufa. Yo fui a la Luna y no había nada. Fui alguien que alcanzó el éxito. Logré todo lo que a usted la sociedad moderna le dijo que era lo que tenía que lograr para estar bien. En un momento tenía todo: fama, reconocimiento, salud, ahorros, inversión, esposa, hijos, el amor de la gente; me quedaba en un hotel sin pagar, viajaba en ejecutiva, tenía contratos… ¿Usted tiene todo eso y no puede dormir?”.
La solución fue empezar de cero, literalmente. Llamó a su contador y le dijo que había decidido entregarlo todo en el divorcio. No el cincuenta por ciento, sino todo. “Avíseme cuando la cuenta esté en ceros y me muestra”, confiesa. Hubo un tiempo en que se la pasaba revisando la cuenta de ahorros dos y tres veces al día, aun cuando supiera que no había hecho ninguna operación. Se ponía metas financieras que eran insuficientes cuando las cumplía, y se trazaba unas más altas. Y volvía a revisar la cuenta. “Quería saber qué pasaba si un día miraba la cuenta y estaba en ceros. Si era verdad que no iba a poder resistir. Ese día abrí la cuenta y vi que estaba en ceros. ¿Y qué pasó? No me pasó nada. ¡Nada! A uno no le pasa nada. Sentí una paz enorme”.
Venga que sí es pa’ eso
Entonces lo quiso contar. Entró a su cuenta de Instagram y comenzó a emitir una serie de videos en los que hablaba de su proceso, de cómo se había convertido en un adicto al sufrimiento, de cómo ahora era más feliz que cuando lo tenía todo, de cómo se había lanzado al vacío y se había sentido más ligero, de cómo para ser uno mismo había que desmontar todas las creencias aprendidas. Las transmisiones fueron un éxito, no solo por la honestidad sino por el estilo desprevenido —muy parecido al de Rigoberto Urán— con que lo hacía.
Dante Gebel, un conferencista cristiano, célebre dentro de la comunidad hispana en Estados Unidos, lo entrevistó en Los Angeles frente a una multitud, y notó la positiva reacción de la gente: “Tú podrías hacer algo con esto”. Así inició su primera creación artística, Venga que sí es pa’ eso, un stand-up comedy en el que cuenta —desde las tripas y sin filtros— su proceso de transformación. “Es muy loco porque yo nunca había escrito y no tengo idea de cómo lo escribí. Es como si el universo hubiera conspirado y dicho ‘quítese, que yo lo escribo’. Que es finalmente lo que todo el artista debería hacer: quitarse, para que el universo actúe”.
¿Será este solo un nuevo personaje? “No tengo idea. Probablemente sí. Lo que he intentado es no dejar de ser yo. Pero no sé. El show no tiene una intención distinta que contar mi historia. Es decir, no quiero adeptos, ni seguidores. Yo quiero ayudar al que hoy no está pudiendo dormir, pero sin enterarme”.