El actor y director irlandés Kenneth Branagh nos obsequia un viaje conmovedor al tiempo de su niñez en medio del drama del conflicto católico/protestante.
‘Belfast’ comienza con panorámicas y detalles arquitectónicos a todo color de la ciudad en nuestros días, ya alejada de los conflictos político-religiosos que desgarraron la historia de Irlanda. Una sutil forma de rendir homenaje a la capacidad de su gente por sobrevivir y resistir.
En esta película viajamos a los años 60 a través de los ojos de Buddy, un encantador niño de 9 años interpretado por Jude Hill. Buddy es un personaje construido con la acumulación de las memorias de infancia del propio Branagh, es un inocente y bondadoso pequeño que juega a matar dragones con los demás niños que inundan las calles con sus risas y su imaginación, mientras los mayores se sientan en los frentes de sus casas para leer el diario, coser frazadas, cantar y bromear.
Esa imagen idílica de la vida en comunidad se ve interrumpida de forma abrupta por el estallido de la violencia en el verano de 1969. Coches que explotan y una lluvia de rocas y escombros convierten rápidamente la cacería de dragones imaginarios en una misión de rescate.
Y entonces vemos una preciosa escena: la madre de Buddy, interpretada por Caitríona Balfe, sale pronta al rescate de su hijo, tomando la tapa de basura que hacía las veces de escudo contra los dragones, para detener las rocas que volaban como meteoritos sobre aquella calle. Una imagen poderosa que nos ofrece la visión que tiene Branagh sobre la grandeza y determinación de su propia madre.
Buddy ofrece la mirada de la inocencia. Es el espíritu temprano del director, quien intenta rendir tributo no solo a su entrañable familia de clase obrera, sino a los momentos de felicidad pura en medio de un conflicto que se ve superado por la maravilla de la infancia y su inexorable capacidad para evadirse del resto del mundo y sus tragedias. Este pequeño protagonista nos hará recordar aquellas charlas con nuestros abuelos y su visión de un mundo, traducido en palabras gentiles que alimentan la mente de un infante con sabiduría y por momentos, una poética sobre las cosas ordinarias y maravillosas del mundo.
Ciarán Hinds y Judi Dench interpretan unos entrañables abuelos, románticos y gentiles que inundan la pantalla con uno de esos amores eternos a los que la humanidad aspira. Bailan en la sala de su casa mientras el pequeño nieto los observa con una sonrisa ingenua de quien también está enamorado.
Durante la película, vemos chispazos de la violencia como recordatorio temporal, pero esto no impide que nos sumerjamos en el amor de Buddy por una compañerita de escuela; en sus caminatas por los campos con su padre, interpretado por Jamie Dornan, un obrero agobiado por las deudas que solo puede ver a su familia cada dos semanas, pues trabaja en Inglaterra, por lo cual el pequeño se ve obligado de forma amable a pasar más tiempo junto a sus abuelos.
Kenneth Branagh construye en Belfast su película mas íntima, un poema para sí mismo y para su natal Irlanda del Norte. Aquí triunfa al componer una imagen idílica y evasiva, llena de fotografías en movimiento pintadas en un suave blanco y negro que nos hace admirar cada plano, cada destello de luz que acompaña la travesía de sus personajes.
Aunque hay momentos de violencia, estos son presentados con transiciones en 360 grados que transforman los momentos en postales dramáticas sumamente emotivas. Branagh se asegura de plasmar la rabia, el dolor y el sacrificio, al tiempo que construye un mundo lleno de alegría, sonrisas, baile y un amor inocente. Un niño que recuerda por momentos a Toto en Cinema Paradiso, dado su amor por las películas y la magia que habita en el teatro.
Esta es una película perfecta: no tiene la ambición de convertirse en la próxima Roma – de Alfonso Cuarón- pero tampoco renuncia a dotarla de un espíritu propio y personal. Es un homenaje, es un lejano recuerdo y a su vez, una postal profundamente nostálgica y conmovedora, un viaje en el tiempo a nuestra propia infancia, momentos y lugares del mundo separados por un gigantesco Océano Atlántico que se siente identificable, pues la inocencia es un obsequio del universo para los niños.
Belfast es una película sobre la familia, sobre la forma en que cada persona debe afrontar los conflictos de su propio tiempo; y también, una película sobre el amor incondicional y la magia con la que se puede luchar contra los dragones de nuestra sociedad. Todo esto acompañado por una grandísima banda sonora con las emotivas y suaves canciones de Van Morrison, que acompañan y engrandecen esta postal irlandesa.
Branagh cierra este capitulo de su vida con una preciosa dedicatoria a su propio pueblo. Mientras vemos una última imagen a todo color de Belfast, reza al mismo tiempo la siguiente leyenda: “Por aquellos que se quedaron… Por aquellos que se fueron y por todos aquellos que perdimos”.