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Inteligencia Artificial

¿De quién es la voz detrás de la canción? El arte en disputa con la Inteligencia Artificial

Con reglas claras, la IA puede enriquecer la creatividad en lugar de amenazarla, pero sin una regulación adecuada, corremos el riesgo de perder lo que hace al arte verdaderamente especial: su profunda conexión humana

Ilustración: Shutterstock

Pensemos en una galería de arte donde se exhibe un cuadro de la Mona Lisa que parece haber salido del pincel de Leonardo da Vinci. O una canción en la radio que cualquiera diría que es el último éxito de Adele. Pero aquí viene la sorpresa: ni el cuadro ni la canción fueron creados por un ser humano. En esta era de avances tecnológicos vertiginosos, la Inteligencia Artificial (IA) está generando arte y música con tal realismo que puede engañar hasta a los más expertos.

Hoy en día, la IA analiza patrones, estilos y técnicas de artistas y compositores con una precisión impresionante. Si se entrena un modelo con obras de Vincent van Gogh, puede producir una pintura completamente nueva que imita su estilo casi a la perfección. Con la música ocurre lo mismo: un algoritmo alimentado con la discografía de Taylor Swift puede generar una canción inédita que suena como si fuera de su nuevo álbum.

Sin embargo, este nivel de innovación ha generado un intenso debate. ¿Es un tributo al talento de los artistas o un plagio disfrazado de creatividad? La polémica se agudiza cuando las creaciones cruzan la delgada línea entre estar “inspiradas en” y convertirse en “copias apenas disimuladas”. Un ejemplo claro es la canción generada por la IA Heart on My Sleeve, que en 2023 imitó las voces de Drake y The Weeknd con tanta precisión que se volvió viral. Sin embargo, al no contar con autorización de los artistas, la canción fue retirada de plataformas como Spotify y Apple Music, evidenciando la falta de un marco normativo claro para abordar estas situaciones.

El vacío legal que rodea las creaciones generadas por Inteligencia Artificial es cada vez más evidente. Tradicionalmente, los derechos de autor recaen exclusivamente en los creadores humanos. Pero cuando una máquina está detrás de la obra, surgen preguntas complejas.

Algunos sostienen que el desarrollador de la IA, como creador de la herramienta, debería ser el propietario, mientras que hay quienes consideran que nadie puede reclamar la propiedad, ya que las máquinas carecen de personalidad jurídica y creatividad autónoma.

Ilustración: Shutterstock

La justicia ha comenzado a abordar estas cuestiones, aunque los marcos legales actuales aún no están preparados para enfrentar el impacto de la IA en la creación artística. En 2023, un tribunal federal en Washington D.C. dictaminó que las obras creadas exclusivamente por IA, sin intervención humana, no pueden ser protegidas por derechos de autor. Este fallo marcó un precedente en el caso de Stephen Thaler y su sistema DABUS, que generó la obra artística A Recent Entrance to Paradise. De manera similar, la obra Théâtre D’opéra Spatial, creada con la herramienta MidJourney y con la que Jason M. Allen ganó un concurso de arte, perdió su registro de derechos de autor al determinarse que no contenía suficiente intervención humana.

En contraste, en 2024, el Tribunal Regional de Hamburgo en Alemania tomó una dirección distinta. En un caso presentado por el fotógrafo Robert Kneschke contra la organización LAION, que utilizó sus fotografías para entrenar un modelo de IA, el tribunal falló a favor de la empresa. Argumentó que dicha actividad estaba amparada por la excepción de minería de datos con fines científicos establecida en la legislación europea.

La falta de claridad en estas situaciones subraya la urgencia de establecer reglas claras y específicas para las creaciones generadas por IA. Es imprescindible definir quién tiene derechos, cuáles son los límites y qué nivel de participación humana se necesita para que puedan ser protegidas por derechos de autor. Estas medidas no solo resguardarían a los artistas, sino que también garantizarían que la creatividad humana siga siendo el eje central de la producción artística, evitando que las máquinas desplacen su esencia.

Además, la transparencia juega un papel crucial. Implementar un sistema que indique si una obra fue creada por un humano, una IA o una colaboración entre ambos ayudaría a proteger tanto a los artistas como a los consumidores, brindándoles claridad y confianza. De igual manera, es indispensable limitar la capacidad de las IA para imitar estilos sin permiso, ya que esto no solo desvaloriza el trabajo auténtico, sino que también amenaza el sustento económico de los creadores humanos.

Si bien la tecnología puede ser una gran aliada para los artistas, nunca debería reemplazar el esfuerzo y el alma que dan vida a cada obra. Las leyes deben encontrar un equilibrio: permitir que la innovación avance sin comprometer los derechos y el trabajo de los artistas. Con reglas claras, la IA puede enriquecer la creatividad en lugar de amenazarla, pero sin una regulación adecuada, corremos el riesgo de perder lo que hace al arte verdaderamente especial: su profunda conexión humana. Es un desafío necesario para preservar el arte como un reflejo auténtico de nuestra cultura y humanidad.

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