El cineasta mexicano hizo una adaptación moderna de la novela homónima de 1946 de William Gresham, que retrata una perturbadora espiral autodestructiva de la condición humana. Quizá es su película más elegante y exquisita.
Guillermo del Toro no solo es sinónimo de calidad, es un confeccionista visual y narrativo de precisión fina, y en esta película no decepciona, ofreciendo lo mejor de su estilo con una presentación mucho más elegante que explota las atmosferas del cine negro y los dramas detectivescos en un mundo oscuro de callejones y pasillos interminables, seguimos a ilusionistas y espectáculos de prestidigitadores.
La película sigue el viaje de Stanton Carlisle, un gigantesco Bradley Cooper, quien da vida al que, en principio, solo era un hombre tranquilo venido a menos en un mundo de vagabundos y miserables que recorren las vías buscando ganarse la vida. Stanton representa el instinto básico de la supervivencia, más un observador furtivo que usa el silencio como una cortina que oculta la verdadera naturaleza cínica de sus propósitos.
Al inicio de la película se nos da una aproximación visual sin ningún tipo de contexto sobre el tipo de hombre que es Stanton, en los primeros minutos entierra un cuerpo e incendia una cabaña, de la cual sale caminando por la puerta del frente con la tranquilidad del inocente o la indiferencia de un psicópata. No tenemos ningún punto de referencia que nos permita elaborar una ubicación moral en la cual ubicar a este personaje, una clara invitación al espectador a estar atento al devenir de este enigmático hombre que sostiene toda la película sobre sus hombros.
En el momento que el personaje de Cooper es invitado a trabajar en la pintoresca y oscura feria, es cuando vemos al más reconocible Guillermo del Toro. Toma un mundo de color, asombro y fantasía y lo presenta como lo que es, una prisión surrealista custodiada por personajes circenses de una naturaleza mórbida y cruel, en la cual también brillan atisbos de nobleza y una necesaria cuota de humanidad.
Es en medio de la feria donde Stanton aprenderá el arte del engaño, usado como un inocente entretenimiento para los pueblerinos que, poco a poco, convertirá en un peligroso espectáculo paranormal con el que se hará un nombre importante más adelante en la historia.
Pete interpretado por el siempre genial David Strathairn, un gentil y amable alcohólico, se convertirá en una figura paterna y mentor, de él aprenderá el arte de leer a las personas y usar ello en su contra, solo hay una regla, “nunca hagas el truco de los fantasmas, a veces personas buenas resultan lastimadas”. Es aquí donde Stanton despertará una bestia interior sedienta de reconocimiento y poder, propio de un hombre traumatizado que necesita desesperadamente ser visto y admirado por el mundo y sus aplausos.
La segunda mitad de esta película, que tiene una duración cercana a las dos horas y media, es la contraparte de aquel escenario de monstruos, fenómenos y latente desesperación. Del Toro nos sumerge en un elegante y glamuroso mundo de las altas esferas de poder de la Nueva York en la década del 40; construye un escenario gigantesco lleno de largos y solitarios pasillos en hoteles y edificios, un entorno sombrío donde la fotografía de Dan Laustsen -en su cuarta colaboración con Del Toro- brilla en medio de la oscuridad que reina en los fotogramas y decorados pomposos. Luces diagonales iluminan los rostros de nuestros personajes dotándolos de un aura de misterio propia del cine negro. El humo de los infinitos cigarrillos genera una niebla que abarca toda la escenografía cual vapor en calderas o volcanes.
En este punto, el protagonista conocerá a la doctora Lilith Ritter, una determinada e implacable Cate Blanchett con la que Stanton creará una sociedad macabra para estafar a los ricos y poderosos con un acto de invocación de fantasmas que lleva el acto del engaño a niveles sombríos y perturbadores, además de crueles con consecuencias devastadoras.
Guillermo del Toro presenta en El Callejón de las Pesadillas, quizá su película más grande, elegante y exquisita. Se aleja de sí mismo en cuanto a su predilección por los monstruos y criaturas de belleza horripilante, y vierte toda esa estética en la construcción de personajes igualmente aterradores con rostros perfectos y ropas elegantes, que ocultan la terrible cara de la maldad, individuos que albergan ambiciones desmedidas que no reparan en el daño que causan a los demás, una naturaleza de la condición humana que no solo se ve representada por la avaricia, pues para algunos personajes, el dinero no es importante, lo es en cambio, conocer el funcionamiento de la mente, sus penas y temores.
El Callejón de las Pesadillas es una película profundamente oscura y siniestra, una metáfora contemporánea de la sociedad y su lucha por la supervivencia, toca las fibras más finas y cruza los límites más marcados. Del Toro dirige una película lenta, densa y angustiante, adornada con una imagen impecable que se apoya en una música igualmente opaca que destila tragedia, aquí, brilla enormemente la atmósfera inquietante compuesta por Nathan Johnson, que otorga un halo de misticismo criminal que resuena en los momentos en que hay mayor ausencia de luz y predominan las sombras del mundo nocturno y nuestros protagonistas, a veces glamurosos, a veces desesperados monstruos que se desangran por callejones desolados mientras huyen del mundo, para encontrarse con sí mismos y las criaturas abominables que siempre fueron.
Nightmare Alley, título original de la película, se está proyectando en los cines nacionales. La producción de Searchlight Pictures y TSG Entertainment cuenta con un reparto espectacular: Bradley Cooper, Cate Blanchett, Toni Collette , Willem Dafoe, Rooney Mara y el favorito de Guillermo del Toro, Ron Perlman.