El Mainz de Alemania en el 2001 era un equipo que participaba en la segunda categoría, con jugadores reciclados, con pocas oportunidades de convertirse en estrellas y que pasaba las maduras para mantenerse en la división. La situación era tan caótica, que el director deportivo en esa temporada había despedido ya a dos entrenadores y el equipo estaba sumido en los puestos de descenso.
Entonces, Cristian Heidel, tomó una decisión que no solo le cambió la vida al Mainz en los siguientes dos años, sino a uno sus jugadores que por lo regular era suplente, difícil de manejar en el camerino, pero que tenía una enorme ascendencia sobre el resto de los sus compañeros. Jürgen Klopp se convirtió en entrenador de lunes a viernes y los fines de semana en jugador de campo.
El Mainz nunca había jugado en primera en la Bundesliga. No tenía estadio, ni una ciudad que representara en el torneo y mucho menos un grupo grande de fanáticos. Pero ese año lograron salir de los últimos puestos de la tabla y estuvieron a solo un punto de lograr la hazaña de ascender a primera.
Lo lograron dos temporadas después. En 2004, de la mano de Klopp, Mainz estaba en primera. Fue uno de los días más felices de los habitantes de Maguncia, que nunca olvidarán cómo un equipo de jugadores olvidados, llegaba a uno de los torneos más importantes de Europa.
En los siguientes años Klopp se fue formando como uno de los técnicos más deseados en las ligas europeas. Su fútbol vertical, sin descanso, avasallando al rival, a ritmo de heavy metal, como él mismo describe su forma de vivir, le imprimió un sello único y personal a los equipos que ha dirigido, especialmente al Liverpool.
En octubre de 2015 tomó las riendas del Liverpool con un salario de 6,5 millones de euros al año. Cifra que fácilmente se ha duplicado en sus casi nueve años en los que ha convertido a su equipo en uno de los tres más grandes de Europa y en uno de los más temidos, tanto en la Premier como en la Champions, por su juego sin respiro sobre el rival y de transiciones de defensa al ataque como un rayo de luz.
Klopp hizo al Liverpool a su medida. Donde controla absolutamente todo. Si los fanáticos de Mainz y de Dortmund lo adoran, los de Liverpool lo veneran. Su palmarés habla por sí solo.
Convirtió al Liverpool en estos casi nueve años en un equipo ganador. Que alcanzó la Premier, que jugó tres finales de la Champions, que se llevó una, que ha sido el más mordaz entrenador para enfrentar a Guardiola, considerado el mejor del mundo. Que sus jugadores vuelan sobre el terreno del juego y que solo conocen un credo: correr y correr durante 90 minutos.
Como todas las cosas de Klopp, aparecen cuando nadie las espera. Así fue su sorpresivo anuncio de dejar el club a final de temporada. En el momento que es líder en el torneo inglés, que tiene ya una final de por medio y la Liga de Campeones que es indiscutible favorito.
Se va en lo más alto de su carrera. En esa comunión única con los fanáticos. Con sus jugadores que siguen a ciegas sus instrucciones. Se va porque dijo que se ha quedado sin energía. Se va para nunca más volver a dirigir un equipo de la Premier League. Se va a disfrutar de su millonario patrimonio que ha amasado en estos nueve años.
Deja una institución organizada, un equipo con identidad de juego, con estrellas con luz propia como el colombiano Luis Díaz, a quien recibió como a uno de sus hijos y lo ha hecho crecer en su juego, en su velocidad y fuerza y lo convirtió en uno de sus titulares indiscutidos.
Klopp, el hombre que solo concibe el fútbol a galope, sin descanso y a un toque, dice adiós.