El plástico, una presencia omnipresente en la vida moderna, se descompone en diminutas partículas conocidas como microplásticos y nanoplásticos, que ahora se encuentran prácticamente en todos los rincones del cuerpo humano, incluido el cerebro. Aunque invisibles a simple vista, estas micropartículas representan un desafío significativo para la ciencia en términos de comprensión y evaluación de su impacto en la salud.
El plástico se descompone lentamente, generando partículas diminutas que se dispersan por todo el entorno, desde la cima del Everest hasta las profundidades de la fosa de las Marianas en el océano. Los microplásticos, con un diámetro inferior a 5 milímetros, y los nanoplásticos, con menos de 0,001 mm, son inapreciables para el ojo humano. En la actualidad, el cuerpo humano actúa como un "depósito" de estas micropartículas, que, debido a su tamaño, pueden invadir órganos y tejidos.
Un estudio de la Universidad de Newcastle, encargado por la ONG WWF, reveló que, en promedio, cada semana ingresan al cuerpo humano alrededor de 5 gramos de plástico, equivalente a una tarjeta de crédito, a través de la ingesta de alimentos y la inhalación del aire contaminado.
Sin embargo, la extracción, caracterización y cuantificación de micro y nanoplásticos en el cuerpo humano, así como su impacto, son áreas de investigación en las que la ciencia apenas comienza a explorar. La neurocientífica Jamie Ross destaca la complejidad del desafío, considerándolo "prácticamente un lienzo en blanco".
Ross, reconocida por su investigación sobre el impacto de los microplásticos en el cerebro de ratones, destaca la necesidad de comprender cómo estos contaminantes pueden contribuir a trastornos neurológicos como el párkinson, particularmente en casos sin predisposición genética.
A medida que la ciencia se sumerge en este nuevo campo de investigación, la comprensión completa del impacto de los microplásticos en la salud humana sigue siendo un misterio que necesita ser desentrañado.
