En 1968, el presidente de los Estados Unidos, Lyndon B. Johnson le preguntaba al primer ministro de Israel, Levi Eshkol: “¿qué tipo de Israel quiere usted señor primer ministro?” y desde entonces, hasta ahora, la impresión que se recibe es que no hay un verdadero diseño para los territorios palestinos.
El conflicto nace desde la misma creación del Estado de Israel en 1948 tras la aprobación un año antes de la resolución 188 de Naciones Unidas que abogaba por la creación de dos estados sobre el territorio del mandato británico de Palestina, resolución que rechazaron los palestinos y que llevó a la guerra que perdieron y permitió a Israel extender su territorio original.
No es, por tanto, un conflicto que nace el 7 de octubre de 2023 con el ignominioso ataque terrorista de Hamás a territorio israelí y que asesinó a 1.163 personas y secuestró a 240.
No hay que perder de vista que Hamás que ganó las elecciones en Gaza fue alimentado por el propio gobierno israelí que veía en su nacimiento la oportunidad de fraccionar el movimiento palestino restando poder a Fatah que operaba internacionalmente como la única voz del pueblo palestino. El ejército israelí cuando veía que Hamás crecía se limitaba en voz de sus mandos a “cortar el césped de vez en cuando”. Unos y otros dejaron pasar las oportunidades de la Conferencia de Madrid y la de Oslo para encontrar una solución con fronteras seguras, internacionalmente reconocidas.
Irán en escena
¿Y ahora qué? Pues resulta imposible saber cómo puede terminar el conflicto reactivado el 7 de octubre. Resulta imposible porque más allá de declaraciones ambiguas del primer ministro Benjamín Netanyahu, Israel continúa sin encontrar una línea de acción que permita saber qué anida en su alma para acabar con una situación en la que “cortando el césped de vez en cuando” se encontraba en una cómoda situación.
Naciones Unidas ha insistido hace unos días en la necesidad de la creación de dos Estados con la entrada de Palestina en Naciones Unidas, pasando de observador a miembro de pleno derecho que encontró como casi siempre el veto de los Estados Unidos. Desde el principio se han barajado tres opciones para solucionar el conflicto: un estado único en la que israelíes y palestinos gozarán de los mismos derechos; una confederación Jordano palestina y en tercer lugar por la creación de dos estados como se ofreció en primer lugar y que es la línea por la que se mueve prácticamente todo el mundo.
En este marco general de confusión debemos situar los recientes cruces de drones y misiles entre Israel e Irán que es, como a nadie se le oculta quién está detrás de Hizbulah, las milicias proiraníes, los hutíes yemeníes y, por supuesto Hamás.
Israel bombardeó el consulado iraní en Damasco matando a tres jefes militares de Irán, a lo que Israel contestó lanzando desde su territorio centenares de drones y misiles contra Israel que fueron interceptados por su Cúpula de Hierro con la inestimable ayuda de Estado Unidos, Reino Unido, Jordania y fuerzas francesas.
Israel acepta el envite y ataca de manera comedida, tras consultar con Estados Unidos, la provincia de Isfahán sin causar daños mayores. Da la impresión de que ambos han lanzado misiles para salvar la cara frente sin añadir leña al fuego y evitar una espiral que implique a todo Oriente Medio.
De hecho, el ministro iraní de Exteriores cuando se le preguntaba sobre el ataque y si Irán volvería a tomar represalias contestaba: ¿qué ataque?
Como en algunos juegos de mesa se vuelve a la casilla de salida, pero lo imprevisible de los liderazgos borran las líneas rojas y existe todavía la posibilidad de un estallido como opina, en una declaración al diario El País, Alí Vaez, director del proyecto de Irán del centro de análisis International Crisis Group. Vaez cree que Israel se ha mostrado cauto en su reacción porque teme en este momento una guerra abierta en la que debería combatir en muchos frentes y a la vez solventar la presión que está ejerciendo Estados Unidos, pero si bien parece que se quiere mantener como un episodio puntual todavía existe la posibilidad de un estallido.
Y, desde luego, no hay que pasar por alto la personalidad y los problemas judiciales del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu que lidera el gobierno más derechista de la historia de Israel. La suerte política de Netanyahu está echada. Y, según las encuestas de opinión, deberá abandonar el puesto en cuanto termine la guerra. Además, la justicia le espera a la vuelta de la esquina. El sector más ultra está empeñado en una aventura militarista que desea poder gritar un día “misión cumplida” cuando crean que la destrucción de Hamás está completada. Sin embargo, es una victoria inalcanzable porque mientras se cometa un atentado y Hamás se reclame de su autoría, la guerra no habrá terminado. Es una guerra de nunca acabar.
En el momento de redactar este artículo, el ejército israelí ha desplegado unidades de artillería, transporte de tropas y blindados a la frontera con Gaza. Leyendo periódicos israelíes estos movimientos se insertan en una próxima ofensiva en Rafah, la única zona en la que, todavía, no hay ejército y donde se refugian casi un millón y medio de gazatíes. La Casa Blanca ha confirmado que ha hablado con militares israelíes sobre los planes con respecto a Rafah.
Dice Josep Borrell, el alto representante para la política exterior de la UE: “a veces nadie quiere la guerra, pero entre todos la organizan”.