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Donald Trump

Europa ante el regreso de Trump, entre lamentos y alegrías

Trump lleva tiempo insistiendo en que terminará la guerra en Ucrania de inmediato. Y aunque no ha querido dar a conocer los detalles de su plan, todo apunta a que su principal instrumento será un recorte drástico (sin descartar la suspensión completa) de la ayuda a Kiev

Ilustración: Shutterstock

Todavía habrá que esperar hasta el 20 de enero para empezar a saber cómo será la relación de Estados Unidos con Europa a partir del regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. Pero en función de lo aprendido durante su anterior paso por la presidencia y a tenor de lo que ha declarado durante la campaña electoral ya se puede vislumbrar que su reentrada en escena no se va a limitar a un business as usual, sino que supondrá un revulsivo de consecuencias imprevisibles, tanto porque ésa es una de sus principales características personales —lo que puede provocar giros de guión absolutamente sorprendentes—, como porque nadie puede saber aún cómo va a reaccionar el Viejo Continente a lo que llegue de Washington.

En todo caso, lo que sí cabe suponer es que los lamentos que acabará generando cada decisión de un personaje tan vengativo y prepotente, dispuesto a saldar deudas con quienes lo apartaron provisionalmente de su camino, irán acompañadas de las alegrías de quienes comparten su iluminada ideología autoritaria y se vean premiados por su fidelidad.

Entre los que más van a lamentar le reentrada en escena de Trump destacan los ucranianos. Su situación tanto en términos humanos —con la población civil convertida en objetivo directo de la estrategia belicista de Vladimir Putin—, como económicos —ante el persistente bombardeo sufrido por sus infraestructuras energéticas y de generación eléctrica— y militares —forzados a una actitud defensiva ante el creciente empuje de las tropas invasoras— es inequívocamente negativa. Es bien sabido que Ucrania no habría podido resistir la embestida rusa si no hubiera sido por el apoyo económico y militar que le vienen prestando una cuarentena de aliados occidentales, con Estados Unidos a la cabeza.

Volodímir Zelenski, presidente de Ucrania y Vladímir Putin, presidente de Rusia. / Fotos: Shutterstock

De ello se deduce que, si Washington decide pasar de las palabras a los hechos, el futuro de Ucrania como Estado soberano, dueño de la totalidad de su propio territorio y libre para decidir sobre su política de alianzas, se oscurece aún más.

Trump lleva tiempo insistiendo en que terminará la guerra en Ucrania de inmediato. Y aunque no ha querido dar a conocer los detalles de su plan, todo apunta a que su principal instrumento será un recorte drástico (sin descartar la suspensión completa) de la ayuda a Kiev. Eso colocaría a Ucrania en una situación insostenible a corto plazo, lo que obligaría a Volodímir Zelenski a tener que aceptar las condiciones que Putin le imponga, sea la pérdida del territorio que Moscú haya logrado ocupar hasta ese momento o la renuncia expresa a integrarse algún día en la OTAN. A la espera de ese momento, es previsible que Putin intensifique la ofensiva para acaparar aún más terreno antes de la firma de un acuerdo de paz (que, más bien, cabría entender, de rendición).

También los miembros de la Unión Europea y el conjunto de los aliados europeos de la OTAN se suman al grupo de los damnificados por el regreso de Trump. En el primer caso el daño principal vendrá de la mano de la guerra comercial en la que previsiblemente entrarán las relaciones trasatlánticas, como consecuencia de la visión ultranacionalista y proteccionista de la que Trump hace gala constantemente. Probablemente su intento por recuperar capacidad productiva nacional y aspirar a la supremacía en el terreno de la innovación tecnológica no sólo restará oportunidades de negocio a las empresas de los Veintisiete, sino que acabará provocando que algunas de ellas decidan trasladar su actividad a suelo estadounidense, aprovechando las ventajas fiscales y las subvenciones que a buen seguro aprobará la administración Trump.

Donald Trump / Foto: Shutterstock

En cuanto a los aliados europeos de la Alianza Atlántica, la inquietud es bien notable. Por un lado, todavía resuenan las provocadoras palabras del magnate, cuando afirmó que animaría a Putin a hacer lo que quisiera contra los aliados europeos que no cumplieran con el compromiso de dedicar el 2 % de su PIB a la defensa. Por otro lado, la propia OTAN no parece estar entre sus prioridades, lo que hace pensar que el vínculo trasatlántico se debilitará, sin que la UE disponga todavía de una voz única en el escenario internacional y, mucho menos, de capacidades propias para defender autónomamente sus propios intereses. Aun así, es muy improbable que Trump decida salirse de la Alianza, aunque solo sea porque perdería una de las principales bazas que Washington tiene para mantener a sus aliados europeos en una posición subordinada, dada su condición de garante último de la seguridad de todos ellos.

Cumbre de la OTAN en Washington D.C. / Foto: Shutterstock

Muy distinta es la manera en la que el mismo Putin contempla la vuelta a la presidencia de un Trump con el que ha logrado establecer una innegable sintonía personal. Una afinidad que se explica por el declarado gusto del magnate estadounidense por los líderes autoritarios y que, en este caso, se puede traducir en la concesión de un mayor margen de maniobra al líder ruso para que no solo logre sacar tajada de su violación del derecho internacional contra la soberanía de Ucrania, sino que le permita aliviar las sanciones internacionales que pesan contra Moscú.

En esa misma lista de los que se alegran de la victoria de Trump hay que incluir a otros gobernantes, como el húngaro Viktor Orbán y, en términos generales, a los actores políticos situados más a la derecha del espectro político. No solo se trata de que todos ellos pueden sentirse identificados con su pensamiento machista, supremacista y escasamente democrático, sino que incluso pueden acabar recibiendo apoyos muy concretos para promover un nacionalismo radical que, en el fondo, equivale a un euroescepticismo y un antieuropeísmo que hará aún más débil y dependiente a la Unión Europea.

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