Donald Trump, en materia política, tiene las siete vidas del gato. Ha sobrevivido a todos los escándalos por cuenta de los problemas financieros de su conglomerado económico. Es el primer expresidente de la historia de los Estados Unidos imputado con cargos federales relacionados con sexo, papeles reservados y votos.
A pesar de ello, por ahora, Trump podrá aspirar de nuevo a ocupar la Oficina Oval de la Casa Blanca, en unas elecciones en el 2024 que prometen ser tierra arrasada por un hombre que bota fuego contra sus adversarios cada vez que sube a una tarima o da una entrevista a un medio de comunicación.
El efecto teflón que ha tenido a lo largo de su corta y polémica carrera política que lo llevó a la Casa Blanca, lo sigue protegiendo en los diferentes procesos que afronta. Fue condenado por abuso sexual y difamación contra la escritora E. Jean Carroll. A comienzos del 2024 tendrá que afrontar tres delitos federales cuyas audiencias se desarrollaran en plena campaña electoral.
Uno de esos delitos está relacionado con los papeles reservados encontrados en su residencia de Mar-a-Lago. La jueza Aileen Cannon definirá la suerte de Trump que afronta 37 cargos por retener documentos clasificados y que decidió llevarse a su casa particular.
El otro delito está relacionado con el intento de revertir los resultados electorales cuando perdió la oportunidad de ser elegido para un segundo mandato y en una sorpresiva elección, Joe Biden fue elegido presidente de los Estados Unidos.
Su virulencia contra la elección de Biden y sus acusaciones, sin fundamento, del fraude electoral, terminó cuando una ola de sus seguidores asaltó el Capitolio de manera violenta para impedir la certificación de la victoria electoral de Biden.
En este caso, Trump está imputado por un fiscal de cuatro cargos relativos a conspiración, manipulación de testigos, obstrucción a la investigación. No será nada fácil lo que le espera al expresidente en los tribunales y su ofensiva ha sido los ataques personales contra los jueces y fiscales que lo investigan.
Pero llega el 2024, un año electoral en un país muy polarizado políticamente, con una inflación por cuenta de la pandemia que no acaba de controlar, con unos índices de desempleo que han bajado a cuenta gotas y con un presidente como Joe Biden en su más bajo nivel en las encuestas y afrontando también serios escándalos donde está involucrado uno de sus hijos.
Trump empezó su campaña en el mismo tono de beligerancia política desde sus inicios en la política. Ha arrasado sin contemplación alguna con sus adversarios en el partido Republicano y ha enfilado toda su artillería contra la actual administración.
En su primer mitin de campaña fue claro y directo: “yo soy su castigo”. Días después, en otra reunión política, dejó en claro que si llega a la presidencia utilizará el departamento de Justicia para perseguir a sus adversarios políticos, empezando por Biden y su familia.
Los analistas políticos en Washington han señalado que detrás de estas amenazas públicas se pondría en jaque derechos fundamentales como la propia gobernanza, a la preciada democracia americana y las relaciones exteriores.
Pero estos temas no son nuevos en el lenguaje de Trump. Lo hizo durante la campaña que lo llevó a la presidencia y durante el periodo que ejerció como presidente. En la Casa Blanca fue aún más beligerante contra las principales cabezas de los Demócratas y despidió sin atenuantes a sus asesores que se atrevieron a pedirle prudencia en sus declaraciones.
El otro tema que estará sobre la mesa en esta campaña presidencial es el de la migración. La propuesta del expresidente es una acción sin contemplaciones para frenar la entrada de ilegales y desterrar a los que han llegado bajo la administración de Biden.
Ha propuesto en campaña realizar redadas masivas con el fin de deportar millones de inmigrantes ilegales cada año. Una de sus metas es poner fin a la ciudadanía por derecho de nacimientos a los bebés nacidos en suelo estadounidense de pares sin estatus migratorio.
Todos estos anuncios le continúan dando réditos en las encuestas que hoy encabeza de lejos frente a sus oponentes del propio partido y en confrontación directa con Biden.
El problema de los Demócratas es que no tienen una figura política emergente que haga contrapeso al huracán que ha desatado Trump con su anuncio de reconquistar la Casa Blanca.