Evidentemente no todo empezó el pasado 7 de octubre, pero cumplido un año desde los ataques de Hamás y la Yihad Islámica Palestina en territorio israelí y desde el inicio de la operación de castigo de las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) contra Gaza (y ahora también contra Cisjordania), el panorama en la Palestina histórica no ofrece un solo apunte positivo. Los perfiles más claros de la situación actual, tanto en Israel como en el Territorio Ocupado Palestino (TOP), se resumen en que:
- La paz sigue igual de lejana que siempre. A pesar de que las seis guerras y las dos Intifadas ya registradas muestran con claridad que ninguno de los contendientes está en condiciones de imponer su dictado por la fuerza, tanto unos como otros siguen empeñados en una dinámica violenta que sólo augura más sufrimiento humano y más destrucción. Son innumerables las violaciones del derecho internacional y del derecho internacional humanitario cometidas por ambos bandos, mientras se han roto todos los canales de negociación para lograr algún tipo de acuerdo que, al menos, ponga fin a la violencia y permita la llegada de la ayuda humanitaria.
- Benjamin Netanyahu es hoy el principal obstáculo para frenar la barbarie. Al frente del gobierno más extremista de su historia, Netanyahu actúa con un único objetivo a corto plazo: mantenerse en el poder a toda costa. Como imputado en tres causas judiciales que pueden llevarle a la cárcel, pretende prolongar el conflicto, con la intención de evitar unas elecciones anticipadas que podrían terminar con su larga experiencia como primer ministro. Para ello cuenta con el apoyo decidido de actores aún más extremistas- sobre todo el dúo conformado por Itamar Ben Gvir, ministro de Seguridad Nacional, y Bezalel Smotrich, ministro de Finanzas-, que aprovechan su pertenencia al ejecutivo y los apuros de Netanyahu para imponer su visión iluminada de un Israel, desde el río Jordán hasta el Mediterráneo, poblado únicamente por judíos, aunque eso implique una limpieza étnica de todos los palestinos que malviven en ese territorio.
- Hamás no va a ser derrotado por las armas. Por muy alejado que se pueda estar de su visión islamista radical, es elemental comprender que, desde su aparición en escena en 1987, ha demostrado su capacidad para liderar la resistencia armada contra la potencia ocupante. Con el tiempo ha ido cobrando todavía mayor capacidad de combate y se ha convertido en mucho más que un grupo armado. Es, además, un actor político innegable, vencedor de las últimas elecciones celebradas en el TOP (2006), y un reconocido actor social, que atiende a los más desfavorecidos (dejados de lado tanto por Tel Aviv como por la muy desprestigiada Autoridad Palestina). En definitiva, a pesar del serio castigo que está recibiendo a manos de las FDI, la estrategia de fuerza elegida por Israel está condenada al fracaso. Igualmente, la opción violenta del Movimiento de Resistencia Islámica no va a lograr torcer el rumbo belicista de Israel, con los palestinos como víctimas principales.
- No hay voluntad política en la mal llamada comunidad internacional (con Estados Unidos y la Unión Europea en primer lugar, pero sin olvidar a los gobiernos árabes) para ir más allá de las inútiles llamadas a la calma y los lamentos por el sufrimiento humano causado. Tras décadas actuando al margen de la ley internacional sin haber tenido que asumir ningún coste, Israel considera que puede seguir traspasando todas las líneas rojas que se le antoje. Cuenta para ello con su clara superioridad de fuerzas frente a sus enemigos, el respaldo explícito de Washington —tanto en el ámbito diplomático como en el económico y militar—, la inoperancia de la Unión Europea y la reiterada disfuncionalidad de los gobiernos árabes en la defensa de la causa palestina. Como resultado, Netanyahu sabe que cuenta con un amplio margen de maniobra, aunque su actuación vaya contra los intereses del propio Israel.
- Los palestinos están solos; nadie se la va a jugar por ellos. Eso implica que la idea de los dos Estados está hoy más lejos que nunca, dado que Israel lleva décadas impidiendo su existencia por la vía de los hechos, con la ampliación de los asentamientos y las vías de comunicación (exclusivas para israelíes) que los conectan, la destrucción de toda potencial base de desarrollo en el TOP y la humillación diaria de sus habitantes. En paralelo, el gobierno de Netanyahu está intensificando hasta el extremo el ahogamiento de la UNRWA, la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos, por entender que su existencia alimenta la esperanza de los palestinos a cumplir algún día su sueño político. Netanyahu y los suyos, con el visible apoyo estadounidense, pretende modificar el concepto de refugiado palestino —buscando que solo defina a los que aún viven de la Nakba de 1948, en lugar de a los casi seis millones que malviven en el TOP y en varios países vecinos—, y ahogar financieramente a la Agencia para que no pueda cumplir su imprescindible labor humanitaria. Todo apunta a que en breve acordará el cierre de su oficina en Jerusalén, sin descartar que se atreva a designarla como organización terrorista.
- El actual juego de acción-reacción aumenta la probabilidad de que estalle una escalada regional que termine por provocar una guerra abierta en Líbano. No la desea la milicia chií libanesa de Hizbulah, consciente de su inferioridad de fuerzas con respecto a las FDI, como tampoco la busca Irán, tanto directamente como a través de sus peones regionales (Ansar Allah, en Yemen, y milicias activas en Siria e Irak), por la misma razón. Tampoco debería desearla Israel, aunque eso no cuente para su primer ministro. En todo caso, tanto unos como otros están alimentando un fuego que ninguno controla en su totalidad y que puede llevar a un conflicto regional de consecuencias dramáticas y de gran alcance.
¿Y así, hasta cuándo?