En las últimas semanas ha sido noticia las protestas y las ocupaciones en campamentos de estudiantes propalestinos en los campus de las universidades más prestigiosas de los Estados Unidos, como Columbia, MIT, Harvard, UCLA, entre otras. Los estudiantes que con pancartas proclaman “Palestina libre”, “Detengan el Genocidio”, entre otras, exigen que los centros educativos corten sus vínculos académicos y económicos (tales cómo las
donaciones, las cuales son invertidas en empresas y activos) ya que para los estudiantes, esto sería ser cómplice en la medida que estas entidades se lucran con el genocidio en Gaza. La policía ha entrado a los campus a desalojar los campamentos, lo cual ha generado fuertes enfrentamientos con los estudiantes. A la fecha hay más de 2.100 estudiantes arrestados.
Estas protestas son la respuesta al exceso de fuerza llevado por parte de la ofensiva israelí en la Franja de Gaza. A la fecha, tras el atentado del 7 de octubre del año pasado perpetrado por Hamás, —donde hubo 1.200 muertos y 240 rehenes—, la represalia israelí contra Hamás ha traspasado las barreras hacia la población civil, llevando a cabo la muerte de más de 34.000 palestinos civiles.
Actualmente sus fronteras, controladas por Israel, están cerradas lo que ha hecho sumamente difícil para la población civil escapar de la guerra o recibir ayuda humanitaria. Asimismo, las acciones bélicas han impactado hospitales, campos de refugiados, escuelas, ambulancias que han afectado directamente la supervivencia de los gazatíes.
Levantando la voz
En este panorama es el que los estudiantes protestan. Algunos analistas, se preguntan ¿si estas protestas tendrán la capacidad de movilizar a otros actores de la sociedad civil para ser un movimiento antiguerra, como sucedió hace 60 años en Vietnam? No está fácil de responder.
Vale la pena destacar que la sociedad estadounidense siempre ha tenido activismo, y los estudiantes particularmente han jugado un rol preponderante. Por ejemplo, en 1943 en Washington D.C. estudiantes negros de la facultad de Derecho de la Universidad de Howard empezaron a sentarse en restaurantes y cafeterías que se negaban a prestar servicio a los negros. Esta técnica, conocida como el “banquillo ocupado” fue una de las primeras manifestaciones de protesta y resistencia civil pacífica que se llevaron a cabo en los Estados Unidos lideradas por estudiantes en plena segregación racial.
Años más tarde, este tipo de prácticas fueron emuladas por activistas del movimiento por los derechos civiles, entre los cuales se encuentra el SNCC (Comisión Coordinadora Estudiantil No Violenta, la cual se encargaba de vigilar el cumplimiento de derechos civiles de la población negra), que dio fin a la segregación entre blancos y negros.
En plena década de los 60, los estudiantes junto con otros actores civiles volvieron a protagonizar —pero esta vez sin distinción de color— uno de los movimientos culturales más fuertes que cruzaron las fronteras de los campuses para convertirse en un movimiento internacional de fuerza inusitada: la Contracultura. Estas protestas no sólo estaban en contra de la guerra contra Vietnam, sino que además abogaban por los principios del movimiento hippie, el feminismo, la nueva izquierda y la lucha por los derechos civiles, los cuales fueron enclaves ideológicos que legitimaron las protestas.
Asimismo, las protestas tuvieron impacto en la política y en la opinión pública, como fue el caso de la marcha de 1971, cuando más de 500.000 se conglomeraron en Washington D.C. para reclamar el fin de la guerra. Hoy en día, muchos historiadores arguyen que las marchas y protestas
influyeron en la opinión pública para que Estados Unidos perdiera la guerra en Vietnam. Sin embargo, existe una diferencia entre los dos conflictos y es que en Vietnam hubo intervención militar directa con más de 500.000 soldados y 60.000 soldados caídos en combate, mientras que hoy en día Estados Unidos participa indirectamente con apoyo militar y político a Israel.
Los triunfos
No obstante, sí existe un caso menos conocido, pero no menos importantes, y fueron las protestas que los estudiantes llevaron a cabo en la década de los 60, 70 y 80, en contra del apartheid sudafricano.
Los estudiantes, al igual que los actuales, se movilizaron exigiendo que las universidades y empresas cortaran sus vínculos financieros con empresas que apoyaran el régimen del apartheid, que desde 1948 oprimía violentamente a la población negra, la cual estaba subyugada por un sistema de político gobernado por una minoría blanca.
La presión a las universidades para que implementaran políticas de desinversión con Sudáfrica tuvieron éxito. El caso de Columbia fue paradigmático. En 1985, los estudiantes se tomaron por un mes un edificio administrativo, y tras el apoyo de Desmond Tutu, lograron estudiar la posibilidad de desinvertir US$39 millones que la universidad tenía en acciones con empresas con negocios en Sudáfrica. Vale la pena rescatar que hoy en día en Columbia existe un comité de inversión que se abstiene de invertir en tabaco, operaciones penitenciarias privadas, carbón térmico, Sudán y combustibles fósiles.
Ese mismo año se logró la desinversión. Seguidamente, Berkeley retiró sus en acciones de sus participaciones financieras en empresas al igual que la Universidad de Chapel Hill en Carolina del Norte. Las protestas influyeron en la toma de decisiones y en la opinión pública en contra del sistema apartheid en Sudáfrica, lo cual contribuyó al movimiento internacional de no apoyar las políticas racistas del apartheid.
Año electoral
Vistas las propuestas desde los lentes de la historia, existe una valiosa tradición de activismo estudiantil que ha tenido repercusiones tanto en la política como en la opinión pública. Los estudiantes están haciendo reclamaciones por injusticias globales que extrapolan la identidad nacional o dominio territorial, pero sí refleja una conciencia de las acciones del país desde una perspectiva global.
En este sentido, Biden se ha mostrado blando frente a las protestas y su vaga respuesta frente al “derecho de la protesta, pero sin generar caos” tendrá consecuencias en el voto joven en las próximas elecciones. Asimismo, Trump ha celebrado la mano dura por parte de la policía y con característico sarcasmo ha dicho que “se ve muy bonito los arrestos”.
De igual forma, las protestas han dejado una vez más clara la progresiva militarización de la policía y cómo cada vez más responden con más rapidez, violencia y represalias ante la población civil. Lo cual al parecer ya no son casos aislados de asesinatos contra negros como lo fue George Floyd, Treyvon Martin, Michael Brown, lo cual es el leit motiv del movimiento Black Lives Matter.
Aún falta para determinar el impacto histórico de estas protestas, pero sin duda alguna han calado en la opinión pública. Dentro del mapa de las elecciones, los demócratas tendrán que ser creativos para volver a enamorar el voto joven, como en su momento lo hizo Obama y dentro del plano internacional, cada día Israel pierde legitimidad y aumentan las reclamaciones por un trato humanitario que evite a toda costa un nuevo genocidio. La historia vuelve y se repite.