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César Álvarez César Álvarez Opinión

¿Cómo identificar a un tibio?

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Defiende dictadores, pero no es capaz de asistir a sus actos de usurpación.
Ve fraudes electorales, pero no los rechaza, los acepta.

Se hace llamar demócrata, pero calla ante un golpe de Estado.
Grita “¡Libertad!”, pero se la niega a un pueblo entero para cederla a criminales y tiranos.
Es compasivo con terroristas, pero inmisericorde con quienes luchan contra ellos.

Eso es tibieza pura. No tiene nada que ver con el centro del espectro político. Hay tibios de derecha, de centro y, por supuesto, de izquierda. Esta tibieza tiene que ver con la corrosión de los valores democráticos en América Latina. Escondida detrás de discursos de justicia social, libertad y orden “justo”, no es más que indiferencia calculada. Y esa indiferencia mantiene a la dictadura venezolana vivita y coleando.

Por ello mismo, este viernes 10 de enero será un día apocalíptico. No porque anuncie el fin del mundo, sino porque será un momento de revelación. Aunque represente el fin de la democracia venezolana, será un auténtico juicio político que dividirá a los líderes de la región entre valientes y tibios. Como en el libro de Apocalipsis, donde las acciones son desnudadas y juzgadas, esta fecha pondrá en evidencia quiénes están dispuestos a enfrentar la tiranía y quiénes prefieren callar y mirar hacia otro lado.

Dios, en su advertencia más mordaz, dijo en Apocalipsis que a los tibios los vomitará de su boca, porque no son ni fríos ni calientes, sino cómplices de su propia mediocridad. Si bien la advertencia tiene una connotación espiritual, no política o ideológica, ojalá ese milagro ocurriera también en nuestra región. Porque la tibieza no es neutralidad: es complicidad disfrazada de prudencia. Gritan “¡democracia!” en sus discursos, pero permiten que dictadores como Maduro opriman a sus pueblos. Prefieren la cómoda neutralidad que los camufla como espectadores de la opresión, cuando en realidad son cómplices disfrazados de prudentes.

Estos tibios callan ante el fraude y, con gestos diplomáticos y retórica vacía, validan el autoritarismo. Se autoproclaman defensores de los derechos humanos, pero son incapaces de condenar un golpe de Estado disfrazado de democracia. Hablan de acuerdos de garantías para los pueblos, pero prefieren entregarlas a sus opresores en nombre de marrullas políticas y bolsas llenas de plata.

Contrario a esos tibios, existen ejemplos como el de Iván Duque, Andrés Pastrana, y muchos otros lideres de la región, quienes estarían dispuestos a cruzar la frontera para acompañar a Edmundo González, a pesar de las amenazas del régimen de Maduro de arrestarlos. Su valentía y compromiso pone de manifiesto quiénes están dispuestos a asumir riesgos reales para defender la democracia.

Gracias a Dios, millones de Venezolanos y líderes mundiales están dispuestos a asumir las consecuencias de su valentía, pues su compromiso con los valores democráticos no es nuevo, tampoco retórico, y mucho menos conveniente.

Si los ex-presidentes Duque y Pastrana, junto a otros líderes de la región son arrestados me pregunto: ¿qué dirían y harían los tibios si eso ocurriera? Esos que evitan condenar al régimen venezolano, ¿se moverían para exigir la liberación de los arrestados? ¿Defenderían a quienes sí se atreven a desafiar la tiranía? ¿O, más bien, optarían por el silencio cómplice, o la ambigüedad, para no incomodar al dictador al que tanto defienden?

La respuesta no sorprendería por su radicalidad. Porque, siendo tibios, intentarían quedar bien ante la comunidad internacional, el régimen de Maduro y sus propios pueblos, terminando por quedar mal ante el mundo entero. Porque, al fin y al cabo, por personas tibias como ellos es que el 10 de enero será solo la consolidación de un dictador.

Si sirve de consuelo, la separación entre quienes están dispuestos a luchar por la democracia y quienes, por conveniencia o cobardía, la traicionan, ya está hecha. No hace falta esperar los arrestos para saberlo.

A los valientes: la historia los recordará por plantarse frente a la tiranía y estar dispuestos a enfrentarla, sin importar el costo.

A los tibios: Si Dios no los vomita, incluso si los pueblos no logran derrocarlos, la justicia divina, aunque tarde, les llegará.

A ustedes: Si conoce algún tibio, o identifica uno este viernes, recuérdele que, como Dios dijo, los tibios son dignos de ser vomitados, tanto en el reino de los cielos como en las páginas de la historia.

No olviden que en 433 días podemos evitar que más tibios lleguen al Congreso y que en 510 días otro tibio se quede en la Casa de Nariño.

La cuenta regresiva continúa.