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César Álvarez Terrorismo

El Estado Islámico está de vuelta

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El Estado Islámico está de vuelta. No es que se haya ido.Pero tras un par de años de tensa calma en Europa, y ciertamente en Rusia, el atentado del viernes pasado en las afueras de Moscú confirma que las advertencias sobre la reconstrucción de sus capacidades, para ejecutar campañas terroristas internacionales, eran ciertas.

El atentado perpetrado por Estado Islámico del Gran Jorasán, también conocido como ISIS-K por sus siglas en inglés, dejó 137 personas muertas, incluidos 3 menores, y 182 más heridas; convirtiéndolo en el atentado más letal de las últimas dos décadas en Rusia.

Esta facción del Estado Islámico creada en 2015 por antiguos miembros de los Talibanes afganos, pakistaníes, y entre otros, por el Movimiento Islámico de Uzbekistán, dejó en evidencia vulnerabilidades en el sistema de seguridad del régimen ruso.

Prevenir ataques contra objetivos vulnerables o blandos no es fácil. Pero tampoco es imposible. En especial cuando se cuenta con inteligencia confiable y accionable. Tal como en este caso, pues previo al atentado del Crocus City Hall, autoridades estadounidenses advirtieron el 7 de marzo de este año a sus contrapartes rusas sobre la inminencia de un ataque terrorista en una sala de conciertos.

En el mejor de los casos, e hipotéticamente hablando, si la inteligencia compartida no pudo ser accionada a tiempo, la capacidad de respuesta de las agencias de seguridad del régimen ruso dejaría mucho que desear. Pero podría ser justificable.

En el peor, tal como fue el caso, el régimen de seguridad ruso fue negligente. Lo cual es injustificable e imperdonable. La inteligencia compartida por los Estados Unidos este año fue ignorada deliberadamente.

Vladimir Putin mismo desestimó la informaciónrespondiendo que los servicios de seguridad del país debían centrarse en atrapar espías ucranianos, y no terroristas como los estadounidenses habían sugerido. Indistintamente del lado por el que se mire, el resultado para el régimen ruso es el mismo: fracaso rotundo. Con o sin inteligencia. Por inhabilidad o por negligencia. Las grietas en los servicios de seguridad y en las esferas más altas del poder ruso son notorias.

Primero, el Estado Islámico no es una amenaza nueva para Rusia. ISIS-K había manifestado repetitivamente sus intenciones de atacar el régimen ruso. En Septiembre de 2022, ISIS-K llevó a cabo un atentado con bomba contra la embajada rusa en Kabul, matando, al menos, a seis personas.

Segundo, tampoco era la primera vez que el Estado Islámico atacaba a Rusia. Entre 2016 y 2019, terroristas yihadistas ya habían ejecutado operaciones de este estilo en suelo Ruso.

Tercero, entre 2019 y 2021, miembros de ISIS-K fueron arrestados en Europa y Rusia cuando planeaban operaciones terroristas en más de 10 países.

El Kremlin ahora sufre este ataque terrorista en casa,mientras pelea una guerra fuera de ella. Garantizar la seguridad de sus ciudadanos es una moneda de intercambio esencial para sostener el modelo autócrata que profesa y practica Putin. Sin seguridad económica, y en especial seguridad física, la imagen de hombre fuerte de Putin se agrieta.

Putin odia parecer débil. Cuando llegó al poder en el 2000, dejó una cosa clara de inmediato. Su respuesta al terrorismo estaría marcada por su determinación a nunca ceder ante la presión.

Resulta paradójico que, en 2017, el mismo presidente Putin haya declarado la victoria sobre el Estado Islámico tras la intervención de sus tropas en Siria e Iraq. Si bien hasta la semana pasada el terrorismo no había vuelto a tener éxito en Rusia, o por lo menos, no en estas dimensiones. A partir de esta semana, la amenaza terrorista que plantea el Estado Islámico debe ser considerada real, y seria.

Putin tratará de hallar huellas dactilares ucranianas en el atentado a cualquier costo. Incluso ignorando que el viernes pasado, ISIS-K se atribuyó la responsabilidad del ataque al Crocus City Hall.

Ni el comunicado publicado en Telegram por la agencia de noticias Amaq, afiliada al Estado Islámico. Y mucho menos los videos horriblemente gráficos de la masacre, filmados con cámaras corporales, los cuales incluyen gritos de los atacantes en los que se escucha la frase ‘dios es el más grande’, serán suficientes para evitar que Putin siga culpando o vinculando a Ucrania con el atentado.

Mientras tanto, para ISIS-K, Rusia seguirá teniendo sangre musulmana en las manos por las invasiones a Afganistán en los años ochenta, y en 2015 a Siria e Iraq.

Y mientras eso no cambie, y el Estado Islámico siga creyendo que Rusia debe pagar por apoyar el régimen de Bashar al-Asaad en Siria, y por destruir a minorías musulmanas, especialmente aquellas ubicadas en la región del Cáucaso Norte ruso, es probable que la presión para Putin y el gobierno ruso no ceda.

Por ahora, tras el ataque terrorista del viernes pasado Putin luce débil. Rusia llora. El Estado Islámico avanza. Y el resto del mundo occidental revalúa sus niveles de alerta terrorista.