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César Álvarez Opinión

La Gran Estafa

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El señor del “cambio” no gobierna, reina.

Como si fuera sultán, y no presidente, parece que para acabar con la libertad de prensa en Colombia a Gustavo Petro le bastara con ordenar: “denúnciese, investíguese, intercéptese, amordácese, y cúmplase.”

La potencial apertura de una investigación criminal contra la periodista Vicky Dávila, directora de la Revista Semana, no solo amordaza el periodismo investigativo, sino que le pone un chaleco de explosivos a la Constitución y sepulta vivos los principios y valores sobre los que Colombia se construyó desde el 20 de Julio de 1810, hasta el 7 de Agosto de 2022.

Gustavo Petro está en su derecho de disentir e incluso odiar a Vicky Dávila y a la Revista Semana. Pero si cree que también está en el derecho de violar las garantías fundamentales de Vicky, o de cualquier otro periodista en Colombia, debe bajar de su nube.

Cooptar, romper a la fuerza la reserva profesional y tratar de silenciar a la prensa es abuso de poder, para atentar contra la democracia y la Constitución, no solo contra la prensa.

Las acusaciones de interceptación ilegal, espionaje y traición a la patria contra Vicky Dávila, quien ha ejercido su profesión apegada a la ley y con rigor, son una bajeza.

Respaldarlas con una alocución presidencial es un insulto a la inteligencia.

Sugerir que los supuestos crímenes fueron cometidos con Pegasus es demencial.

Orlando José Serpa Teherán, el denunciante, ve a Vicky Dávila como una amenaza para el país, y a sí mismo como un patriota.

Luz Adriana Camargo, la Fiscal General de la Nación, ve esta denuncia como una prioridad para el país, y a sí misma como una funcionaria autónoma.

Gustavo Petro, presidente de la República, ve el periodismo investigativo como un obstáculo para el país, y a sí mismo como un salvador.

Pero ninguno de los tres puede ver la paradoja.

Hace dos años y medio al país le vendieron cambio. Los colombianos fueron advertidos. Es una gran estafa. La advertencia cayó en oídos sordos.

Hoy le venden democracia. Sean ustedes advertidos: es la misma gran estafa.

El periodismo no se ha narcotizado. Las periodistas no son muñecas de la mafia. Pegasus no lo tiene ni Vicky, ni Semana.

La prensa libre incomoda al poder, y esa es su razón de ser. Silenciar a Vicky o a cualquier otro periodista en Colombia debe hacernos gritar, a todo pulmón, que a la prensa se le respeta.

Sin prensa, no hay democracia. Sin preguntas, no hay verdad. Sin crítica, no hay progreso.

Investigar a un periodista basado en una denuncia falsa es ponerle el último clavo en el ataúd de la prensa colombiana.

¿Qué le quedará al país cuando las voces hayan sido amordazadas, cuando el miedo sea la única respuesta permitida ante el poder? Quedará un país huérfano de verdad y vacío de justicia, un país donde la “democracia” será solo una palabra en el papel.

Que esta sea una advertencia. Porque hoy es Vicky; mañana podría ser cualquiera de nosotros.

La cuenta regresiva continúa.