Pocas familias han encarnado la tragedia como los Buendía de Cien años de soledad. Marcados por la obsesión, la soledad y la autodestrucción, los Buendía fundaron Macondo, un pueblo destinado al olvido. ¿Estarán los Petro, como los Buendía, condenando a Colombia a lo mismo?
Hoy, día del estreno de la adaptación de esta obra literaria en Netflix, Colombia, paradójicamente, parece vivir su propia dosis de repetición y decadencia, con Gustavo Petro y su familia como protagonistas de una historia, menos literaria, pero igual de desoladora.
José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán soñaron con grandeza al fundar Macondo, pero sus aspiraciones se ahogaron en obsesiones y errores. Los Petro también soñaron. Al llegar al poder, prometieron transformar a Colombia. Y tras dos años y medio, no cumplieron. Lo delirante, es que habiendo ejecutado poco o nada, Los Petro creen haber refundando la patria.
Promesas de cambio y progreso se han diluido en un pantano de escándalos, decisiones erráticas y un liderazgo que, como los Buendía, parece atrapado en un ciclo de errores repetidos.
En los Petro, este patrón se refleja en sus hijos, cuya implicación en escándalos de corrupción es un espejo incómodo que, apunta a las tablas de piedra que prometían cero corrupción, y no expropiación. Hoy, esas promesas están hechas trizas.
En Macondo, el coronel Aureliano Buendía lideró guerras interminables que lo sumieron en una soledad insoportable. En Bogotá, Gustavo Petro habita en un palacio rodeado de los fantasmas del M-19, desconectado de las necesidades urgentes del pueblo que juró liderar, y obsesionado con aislar a Colombia del mundo.
Petro llegó al poder envuelto en un aura de salvador para muchos, y en una de destructor para otros. Su narrativa prometía redención para los olvidados, justicia para los marginados y paz total para Colombia. Sus palabras se las ha llevado el viento de Macondo. Lo que parecía un plan de gobierno era en realidad un repertorio de improvisaciones y errores estratégicos que han dejado al país sumido en la incertidumbre.
Como el Macondo de los Buendía, la Colombia de los Petro parece estar construida sobre cimientos de barro, incapaz de sostener el peso de sus propias aspiraciones. Políticas fallidas, promesas incumplidas y una creciente desconfianza pública son los sellos de una administración que no solo ha decepcionado, sino que amenaza con arrastrar al país al caos institucional.
La metáfora de Macondo se siente demasiado cercana: un lugar destinado al olvido, no por una maldición mágica, sino por las decisiones de quienes debían protegerlo. Los Petro, como los Buendía, parecen incapaces de crear ciclos virtuosos.
La saga de los Buendía es un espejo de advertencia. Su historia muestra cómo la ambición desmedida y la falta de responsabilidad pueden destruir no solo a una familia, sino a todo un pueblo. Colombia, contrario a Macondo, tiene la oportunidad de aprender de esta alegoría literaria y tomar un rumbo diferente.
Cada escándalo no resuelto, cada política improvisada y cada promesa rota es un paso más hacia la tragedia. Colombia necesita líderes que construyan con responsabilidad, sensatez, ética y un compromiso incansable por crear y proteger el bienestar de todas las familias colombianas, y no solo de una pocas, o exclusivamente la de los Petro.
La historia de García Márquez nos enseña que la repetición es una maldición autoimpuesta. Los Petro está escribiendo su propia novela de fracaso. Si en marzo y mayo de 2026 no rompemos este ciclo eligiendo nuevos líderes, ya sabemos cómo terminará esta novela, y ahora serie de Netflix.
Si no inscribimos la cédula, si no salimos a votar, Colombia seguirá atrapada en el realismo trágico de la negligencia y el desdén. Seremos un país condenado a repetir el error de dejar a un Buendía moderno, perdido en su propio Macondo, acabar con un país que es realmente mágico.
Faltan 459 días para elegir un nuevo Congreso y 536 para elegir un nuevo presidente.
La cuenta regresiva continúa.