¡Basta ya!
Por favor.
Si hay un ápice de empatía con todos aquellos que trabajan incansable y honestamente en la industria del turismo, y si tienen algún vestigio de respeto por las víctimas de los delitos de explotación y abuso sexual, especialmente a menores, dejen de usar el término turismo sexual.
A raíz de los despreciables hechos de la semana pasada en la ciudad de Medellín, donde un ciudadano estadounidense presuntamente abusó y explotó sexualmente a dos menores colombianas de 12 y 13 años respectivamente, medios de comunicación, organizaciones no gubernamentales, entidades gubernamentales a nivel municipal, departamental y nacional, universidades e incluso la fuerza pública y los entes de justicia han caído en la reprochable equivocación de referirse al fenómeno criminal como turismo sexual para describir el fenómeno criminal en el que ciudadanos de otros países viajan a Colombia para materializar sus aberrantes fantasías pedófilas y saciar sus deseos narcóticos y sexuales con drogas y prostitución.
Me pregunto si lo siguiente será que periodistas, académicos, líderes de opinión, el gobierno y la sociedad se refieran a los extranjeros que viajan a Colombia para ejecutar operaciones terroristas como turismo terrorista.
El repudio que despierta el uso del término turismo sexual es incomparable con el que produce Timothy Alan Livingston. Sin embargo, uno de los primeros pasos para poner fin a estos graves delitos que Livingston cometió en Colombia debe comenzar por llamar las cosas por su nombre.
Primero, Timothy Alan Livingston no es un turista. Livingston visitó Medellín para explotar y abusar de menores, comprar y consumir drogas. Livingston es un criminal. Es un pedófilo. Y un fugitivo de la justicia colombiana. Las imágenes de Livingston entrando al Hotel Gotham en compañía de las dos menores, los condones usados, rastros de marihuana y cocaína encontrados en la habitación por parte de las autoridades son elementos de una escena criminal, y no recuerdos de un paseo inolvidable.
Segundo, Colombia no es un destino de turismo sexual. Y mucho menos la industria del turismo en Medellín tiene un lado oscuro. El lado oscuro lo tienen Livingston y todos aquellos que viajan a Colombia pensando que el país es sinónimo de drogas, prostitución, pedofilia e impunidad.
Tercero, el problema con el uso del término turismo sexual no es solo semántico, es conceptual. El turismo sexual normaliza conductas criminales graves; le resta gravedad a delitos gravísimos como la explotación y el abuso sexual de menores; promueve la aceptación de comportamientos criminales y sociópatas como la pedofilia; y sin duda alguna, destruye el tesoro de nuestra nación, la niñez.
Colombia necesita un cambio de discurso. ¡Y lo necesita ya!
Si la alcaldía de Medellín está considerando implementar campañas de educación como parte de las medidas de choque para enfrentar este fenómeno criminal, que empiece por educar en el incorrecto uso del término turismo sexual.
Los que vienen, como Livingston, a Medellín y a otras ciudades del país, a drogarse, abusar y explotar sexualmente a menores, no vienen de turismo. Bien sea por tentativa o por consumación total del delito, que les caiga todo el peso de la ley. Colombia debe ser territorio libre de explotación sexual, de trata de personas, de narcotráfico y sobre todo libre de personas como Livingston.
Los únicos a quienes les interesa usar el término turismo sexual son aquellos que consideran que es una industria de la cual pueden vivir y construir riquezas a costa de la vida de menores, sus familias y, al final de cuentas, a costa de nuestra sociedad.
La erradicación del término "turismo sexual" es crucial para desmantelar la normalización de comportamientos criminales y proteger a las víctimas de explotación y abuso sexual en Colombia y en todo el mundo. Es momento de unir esfuerzos para crear conciencia sobre este problema y tomar medidas contundentes para prevenir y sancionar estos delitos.