Todos especulaban.
Algunos dudaban.
Muchos temían.
Otros anhelaban.
Pero nadie olvidará.
La semana pasada, Vicky Dávila sacudió al país. Su renuncia a la dirección de Semana para aspirar a la Presidencia de la República es, sin duda, el hecho político del 2024.
Tras 33 años investigando y exponiendo los entramados del poder, Vicky ha decidido ir por la Casa de Nariño. Novata en política, pero experta en políticos, su falta de experiencia para gobernar estaría sobreestimada.
Al igual que el mejor bombero entiende el comportamiento del fuego, Vicky conoce el poder, y con un buen equipo, podría apagar el infierno en el que vive el país.
Aunque le faltan más de 600,000 firmas para formalizar su candidatura, Vicky arranca con ventaja. Colombia la conoce. Su nombre y rostro, amigable para unos y hostil para otros, son memorables para todos. Eso es un lujo que pocos precandidatos tienen.
Gracias a su reconocimiento, sus posturas ideológicas, que hasta la semana pasada eran editoriales, ahora serán electorales.
Para algunos, Vicky representa la derecha más extrema; para otros, una figura de centroderecha. Independientemente de cómo la ubiquen, tendrá que convencer al espectro político completo de que su agenda es capaz de levantarle la mirada a un país cabizbajo y liberar a un pueblo cansado del yugo de la incompetencia de sus gobernantes.
Para consolidar su buen arranque, Vicky necesita un mensaje claro, un plan sólido y, si gana, una ejecución impecable. No solo está en juego su reputación, sino el futuro del país.
La buena noticia es que Vicky es una excelente comunicadora. Su habilidad para formular preguntas incisivas es oro puro, especialmente para construir un plan de gobierno robusto.
La mala noticia es que, como todos los candidatos, no puede ganar sola. Sin una estructura política sólida, tendrá que convencer primero a otras fuerzas políticas de que ella es su mejor opción, antes de convencer al resto de los colombianos.
La idea de tener a una outsider en el tarjetón no es nueva, pero sí llamativa. Aunque en 2022 Rodolfo Hernández no era un novato, su aspiración fue disruptiva, su votación un aliciente para Vicky y ambas, una lección para los partidos tradicionales.
Ser un outsider para gobernar Colombianos no es un obstáculo. Los únicos mandatarios con experiencia previa que llegaron a la presidencia fueron Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos.
Vicky va por la banda presidencial. No está pescando en río revuelto. Ella no se lanzó para terminar con un cargo de consolación como un ministerio o una embajada. Se lanzó para ganar. Cruzó el canal y quemó los barcos. Del periodismo a la política, sin mirar atrás. Para ella, es todo o nada.
Si llega a ganar y gobierna con el mismo compromiso, determinación y fuerza con los que, como periodista, buscó y expuso la verdad, sus colegas, quienes la han llamado “la líder de la oposición”, tendrán que renombrarla “la líder de la transformación”.
Su anuncio se sintió como un sismo político. No marcó en la escala de Richter, pero partidos enteros, precandidatos, asesores y analistas aún se están recuperando del movimiento.
Con calculadora en mano y frente al tablero, todos, por diestra y siniestra intentan ajustar sus fórmulas políticas. Vicky altero sus cálculos.
En la izquierda, la consigna parece ser Divide et Impera, Divide y Reinaras. En la derecha, la pregunta es: ¿pesarán más los egos? Por el amor de Dios y a la patria, esperemos que pese más la razón y el corazón.
Los cálculos políticos lo sugieren, para triunfar todas las fuerzas en la derecha deberán unirse en torno a un solo candidato. Y, ¿por qué no?, a Vicky.
Vicky Dávila ha entrado al juego. El tiempo dirá si su apuesta redefine las reglas o si queda como una anécdota más en la historia política de Colombia.
Faltan 487 días para elegir un nuevo Congreso y 564 para escoger al próximo presidente.
La cuenta regresiva continúa y, como diría Vicky, la cosa política se mueve.