El presidente Petro es una fábrica de discursos, mentiras y excusas, no una de soluciones.
Por naturaleza, no hay lugar donde Gustavo Petro se sienta más cómodo que en una tarima, con un micrófono en la mano y rodeado de sus simpatizantes.
Allí, en su lugar feliz, su verborrea manipula emociones, crea falsas esperanzas, distorsiona realidades e insulta la inteligencia de quienes esperan atentamente una pausa en sus discursos para corear las mentiras que él mismo les ha hecho creer.
En su segundo lugar favorito, Twitter, aunque no esté rodeado exclusivamente de sus seguidores, el presidente difunde pastorales cargadas de ácido y predica a los convertidos para satisfacer su deseo incontrolable de desconectarse de la realidad.
Gustavo Petro en la tarima, ya sea digital o física, es un artista. El viento es su lienzo, el micrófono su brocha y las mentiras son sus colores. Como tal, su arte no debe ser menospreciado. Engañar, dividir y predicar, pero no aplicar, es más difícil de lo que parece.
Y aunque el discurso de ayer no fue su obra maestra, agitar, engañar, dividir y no gobernar requiere tiempo, dedicación, mucho egocentrismo, narcisismo, megalomanía y cero ética.
En la historia de Colombia, solo un experimentado ex guerrillero, ex terrorista, ex parlamentario, ex alcalde y ahora presidente de la República, ha podido dividir el país tantas veces y con tanto éxito.
Si Gustavo Petro gobernara como esparce violencia y mentiras, seguramente en estos veintiún meses que lleva en la Casa de Nariño, ya habría materializado su visión de país, sin importar lo distorsionada que esta sea.
Claramente, Gustavo Petro nació para agitar, no para ejecutar, mucho menos para gobernar, y ni siquiera pensar en que nació para unir.
Si algo quedó claro con su discurso en las marchas del día del trabajo, es que Petro nació para dividir, y no trabajar.
Petro y sus simpatizantes pueden marchar todo lo que quieran. Pero desde que Petro llegó al poder, nada en Colombia marcha bien.
Como Petro, pocos, o quizás ninguno. Gustavo Petro es el único colombiano que ostenta el infame título de haber completado un círculo vicioso de terror al 100%.
Petro empezó defendiendo la bandera de un grupo terrorista, dejó las armas y tras tres intentos, muchas alianzas y miles de millones de pesos aún por justificar, fue elegido como presidente de la República.
Lo terrorífico de este círculo vicioso es que, vistiendo la banda presidencial que lleva los colores de nuestra bandera, Petro prefiere ondear la del M-19, defender la del Frente Polisario, izar la de Hamas y quemar la de Israel.
Gustavo Petro en la tarima lo da todo. No por generosidad, ni por compromiso, simplemente porque no tenía nada más que ofrecer, solo palabras.
Su habilidad para dividir, polarizar y destruir con sus discursos es equivalente a su pensamiento subversivo. Y si la historia es justa con él, Gustavo Petro debería ser recordado como el eterno candidato, aquel que lo dejó todo en la tarima, a tal punto que no le quedó nada para llevar a la Casa de Nariño, a los territorios y mucho menos a América Latina o el mundo.
En la tarima, Gustavo Petro muestra su mejor y única versión. Allí, en su zona de confort, sus pensamientos fluyen, su elocuencia domina, su persuasión sorprende, su dependencia del lápiz que lo acompaña en la mano desaparece e incluso pizcas de humor brotan.
Como si se tratara de un falso profeta, sus discursos conmueven, deleitan y persuaden. Lamentablemente, sus nuevas no son buenas nuevas, y ni a seguidores ni mucho menos contradictores, sus mensajes les cambian la vida.
Gustavo Petro seguramente se inmortalizará en la plaza pública, hablando, y no en su despacho, o por el territorio nacional gobernando.
Su mayor pecado no es predicar un falso mensaje. O que lance la primera piedra el político que esté exento de este pecado. La tragedia de Petro es predicar y no gobernar. Solo Dios sabe cuántos discursos más tendremos que escuchar antes de que Colombia cambie para bien.
Faltan 759 días para el 31 de mayo de 2026. La cuenta regresiva continúa.