Latinoamérica no puede seguir siendo tibia frente a la guerra en Ucrania. La neutralidad que algunos países en la región convenientemente predican, bien sea por acción o por omisión, crucifica al pueblo Ucraniano en el corto plazo, y mina el camino geopolítico para la región en el largo.
Tras dos años de resistir la invasión Rusa, la suerte de Ucrania depende más de los movimientos políticos globales, que de los tácticos militares sobre el terreno nacional. Los Estados Unidos, por ejemplo, podría dejarle el problema Ruso a sus aliados en el viejo continente. Europa, por ende, no sabe si podría con tanta responsabilidad sola.
La OTAN, mientras tanto, dilata la aceptación de Ucrania como miembro de la organización para no oxigenar la narrativa y campaña de desinformación Rusa contra occidente. Una guerra que claramente están perdiendo. Simultáneamente, Vladimir Putin y Xi Jinping contemplan a Taiwán pensando, ¿cómo otro frente de acción, aparte de Ucrania, y el Medio Oriente, terminaría de exponer las vulnerabilidades de occidente?
En América Latina, mientras tanto, poco pensamiento prospectivo, mucha tibieza, y bastante conveniencia cortoplacista como si la región no tuviese velas en esos entierros. Por más distante que esté de nuestra realidad latinoamericana, la capacidad de Ucrania de sobrevivir como Estado independiente y soberano depende de Latinoamérica también.
La guerra en Ucrania no puede ser una responsabilidad exclusivamente Europea. Al fin y al cabo, nosotros también pagamos las consecuencias económicas de esa guerra. ¿Por qué entonces nuestros mandatarios no pueden ser también responsables por el fracaso de ésta?
Tanto la guerra en Ucrania, como una eventual invasión a Taiwán, exhorta la adopción de posturas firmes, claras, y contundentes frente a las violaciones claras al derecho internacional y a la libre determinación y soberanía de los pueblos.
Querámoslo o no, el mundo está en medio de una nueva Guerra Fría. A medida que el frente geopolítico de la guerra acapara mayor atención, revivir el protagonismo del Movimiento de los Países No Alineados (NOAL) para esquivar los constantes dilemas geopolíticos a los que los mandatarios de la región se enfrentan, no puede ser una opción.
La neutralidad, en este contexto, se torna letal. Los mandatarios latinoamericanos tienen un deber de unir a la región para contrarrestar la vulnerabilidad del Bloque Occidental. De no hacerlo, no sólo está Ucrania en juego, el sistema de valores que define las democracias latinoamericanas, indistintamente de la corriente política que gobierna, también lo está.
La guerra en Ucrania debe ser vista por los gobiernos como una oportunidad de mandar un mensaje contundente a Rusia, y de paso a China: El hemisferio occidental en su totalidad se opone a la invasión de Ucrania, y cualquier otro país a manos de quién sea.
Si la guerra se prolonga, como varios análisis indican, Latinoamérica debe pasar del discurso a la acción unificada también. Si bien las declaraciones oficiales, y el mismo apoyo diplomático para la adopción de Resoluciones de la Organización de Naciones Unidas (ONU) son útiles y necesarios, una victoria Ucraniana requiere que sus tropas cuenten con todo lo necesario para derrotar a Rusia sobre el terreno. Apoyo financiero, logístico, armamentístico, humanitario, tecnológico, y cualquier tipo de bien y/o recurso que contribuya a la victoria, debe ser considerado y puesto sobre la mesa de discusión.
Cuando la invasión Rusa a Ucrania entra en su tercer año, es claro que más ahora que nunca, Ucrania requiere de la unión, determinación, y apoyo directo del hemisferio occidental. El 24 de Febrero de 2022, el Presidente Vladimir Putin estremeció al mundo cuando a través de una alocución desde el Kremlin ordenaba a sus tropas lanzar, a lo que él llamó, una ‘operación militar especial’ para ‘desmilitarizar’ y ‘desnazificar’ a Ucrania.
Desde entonces, la brutal e injustificable invasión a Ucrania ha dejado, de acuerdo con el reporte más reciente de la ONU, más de 10,000 civiles muertos, incluyendo cerca de 600 niños y casi 20,000 heridos, de los cuales 1,200 también son menores.
Mientras se estima que 70,000 soldados Ucranianos han muerto en combate y otros 120,000 han sido heridos defendiendo su país, en tan sólo dos años, alrededor de 10 millones de Ucranianos han dejado sus hogares.
Ante semejante atrocidad, ¿es posible que un gobierno se declare neutro?
La soberanía nacional, la independencia y el derecho internacional no son cuestiones de izquierda o derecha. La región entera tiene una deuda con Ucrania que debe saldar cuanto antes.