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JAIME E ARANGO Jaime E. Arango Opinión

La vaquita de los pobres

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Un decreto, el 044 de 2024, promovido por ingenieros sociales, y burócratas radicales, de la misma escuela científica que sostiene el origen afroamericano del Malbec, estableció los criterios para la creación y definición de algo que llaman “áreas temporales de reserva de recursos naturales". Esta, como todas las medidas que se toman bajo el supuesto de preservación del medio ambiente se basa en que el mercado, grande o pequeño, simple o complejo, es responsable la eventual degradación de los recursos sujeto de protección.

Bajo la consigna de lograr “el mayor bien para el mayor número”, se ha instalado una nueva elite sacerdotal, que predica el fin de los tiempos y en nombre de la diosa naturaleza, excluye, desplaza, persigue, convierte en criminales a miles de familias campesinas, los arroja de sus hogares, expropia sus tierras y les niega el derecho vivir de su trabajo.

Es la misma elite que predica la impunidad de las organizaciones criminales que praderizan miles de hectáreas en la amazonia para instalar ganaderías piratas, envenenan ríos con mercurio para robar el oro de las modestas familias mineras y destruyen miles de hectáreas bosques primarios para reemplazarlos por cultivos de coca.

El problema no es que estos pequeños propietarios rurales estén degradando los páramos, de lo cual no existe la menor prueba, el problema es que son propietarios. Igual sucede con los mineros que operan como pequeñas empresas familiares privadas.

El objetivo de semejantes normas dictatoriales es alterar el valor de la propiedad llevándolo a cero, puesto que la tierra no es explotable y no generará valor en el futuro. Es una expropiación de facto sobre tierras que cuentan con antiguos títulos de propiedad indisputables.

Tanto los campesinos que trabajan en los zonas de paramo, como los mineros que operan sobre los ríos, han sido conservacionistas naturales porque como actores del mercado saben que sus ingresos dependen de la preservación de su entorno natural y para ello han encontrado, a través de siglos de experiencia directa, como lograr delicadas forma de equilibrio a largo plazo.

Pero para la elite ambientalista los pobres son contaminadores porque el ejercicio del libre mercado no es compatible con el medio ambiente. Además, para estos burócratas es esencial una regulación política que discipline a la sociedad en función de evitar que este tipo de propiedad familiar en pequeña escala altere los procesos de redistribución de la riqueza destinados al decrecimiento, que garantizaría la pureza de la nueva sociedad que se sienten llamados a dirigir.

Abandonados, sin representación política, atacados por los medios de políticamente correctos, estos pioneros tradicionales están frente un desafío existencial. Una elite atroz los está condenando a la miseria y la exclusión, sus tierras y sus áreas de trabajo quedarán abandonadas y serán ocupadas por las organizaciones criminales, que esas si, destruirán los delicados entornos naturales que ellos preservaron e hicieron productivos. Resulta escandaloso que una causa que tiene semejante legitimidad no cuente con lideres que la defiendan. A nadie le interesan las vacas de los pobres.