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María Margarita López María Margarita López Populismo

Confunde y reinarás

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El fenómeno de la ideologización rebasa no sólo el problema de la educación, sino que también se cuela —por supuesto— en la sociedad y en la cultura política. Esto es lo más grave de todo, pues se supone que la educación es la base de la sociedad y cuando la educación falla, fracasa también la sociedad.

He ahí el problema de tener un país incapaz de pensarse así mismo desde un proyecto común, una comunidad imaginada que comparte una historia, unos valores y una tradición como nación.

Estas circunstancias fraccionan la cultura política que le abre paso al fenómeno del populismo y es actualmente el gran problema global. Colombia, desafortunadamente no se pudo escapar de él.

Ya hemos visto a lo largo de la historia, líderes políticos que gracias a su carisma suben democráticamente al poder para destruir precisamente la vía que los trajo a él; la democracia.

Sobra nombrar a Hitler, Mussolini y Perón. Pero hoy en día, países como China, Turkmenistán, Polonia, México, Venezuela e incluso los Estados Unidos, no se han podido escapar del populismo.

Me hace recordar la famosa frase con la que empieza el Manifiesto Comunista (1848) de Marx y Engels: “un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo…”. 175 años después vemos la transmutación del mismo fenómeno a nivel mundial.

El historiador mexicano Enrique Krauze plantea una definición actual en su libro El pueblo soy yo de cómo podemos entender el populismo.

Él comenta que es una forma de poder y no es una ideología. Es precisamente una ideologización demagógica de un líder carismático que soporta su poder en la legitimidad democrática para prometer cambios en el establecimiento.

Además, consolida su poder personal al margen de las leyes, las instituciones y las libertades. Por esta misma razón, crea una visión dualista de la sociedad y la política donde la confrontación y la creación de enemigos perennes es fundamental para legitimar la carencia de principios ideológicos.

La forma de hacer política se sustenta, literalmente, en el odio hacia el otro. Así de simple. Incluso, este odio se fundamenta en un pasado que hay que romper. Hay una visión mesiánica de crear un nuevo orden, una reinvención de la política y una nueva historia que le corresponde al líder hacer.

Tan es común este anhelo que Chávez se comparó con Bolívar, y Petro se cree líder mundial por usar eufemismos incompresibles en el discurso de la ONU.

En este sentido, el populismo, aunque puede ser de derecha o izquierda, carece de ideología y principios, y en general su aplicación es vía la experimentación. Ya vamos entendiendo un poco más el actual gobierno. No es realmente improvisación sino experimentación.

Por eso, para este gobierno es permitido “correr la línea ética”, desbaratar el sistema de salud, crear el Ministerio de la Igualdad, minar las FF.MM., dar cargos a personas que no cuentan con la idoneidad como viceministerios o embajadas y más recientemente, jugar con las relaciones diplomáticas de Colombia en uno de los conflictos más complejos de la historia, Israel y Palestina.

A mi juicio, el diagnóstico más preocupante es la falta de comprensión de las políticas públicas como mecanismos de gobernanza.

El presidente, que aún no comprende muy bien el tema, confunde retórica, utopías y promesas de plaza pública con la ejecución de la política. Es muy común que atañe dichos fracasos a antagonismos históricos, eximiendo así su responsabilidad.

Entender la relación entre el populismo y la demagogia como formas de ejercer el poder nos permite estar alertas a la máxima que buscan estos líderes carismáticos: transformar el establecimiento democrático en un Estado al culto de la personalidad. ¿Y cuál es su medio? fácil: confunde y reinarás.

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