Al estilo del “enano cojo y diabólico” Joseph Goebbels, en Colombia los mal llamados “medios alternativos” han creado y/o magnificado una serie de narrativas, hoy repetidas tantas veces que se convirtieron en “verdades”, creando así nichos de indignación y violencia.
La izquierda colombiana -y aquí toca aplaudir por su dedicación- ha puesto a funcionar una maquinaria de (des)información, incluso con recursos públicos (véase la cantidad de líderes de opinión con contratos con el Estado), para potenciar viejas narrativas y crear algunas con el fin de mantener el ardor social sobre el que se cimienta su proyecto político.
Hablar de Goebbels no es para nada exagerado. Y resulta curioso que los que hablan de nazismo ante cualquier posición contraria apliquen al dedillo algunos principios de la propaganda propia de esta ideología, en particular estos tres:
- Principio de vulgarización: Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar.
- Principio de orquestación: La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetidas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin tesuras ni dudas. Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad.
- Principio de verosimilitud: Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentarias.
Empecemos a ver algunos ejemplos:
El 6 de noviembre de 1985 el grupo terrorista M-19 se toma el Palacio de Justicia tomando más de 300 rehenes, causando muertes e incendio dentro del recinto. El Ejército realiza una retoma que si bien no fue la más plausible, no puede jamás ser equiparada al accionar del grupo delincuencial. Pues bien, estamos en un punto de nuestra historia en el que los “medios alternativos” han creado un ambiente en el que parece ser más reprochable la acción de la Fuerza Pública que la del “M”. Esto ha llegado a niveles tan ridículos que en noviembre, durante la conmemoración de la toma, algunos guerrilleros fueron condecorados por su camarada, el Presidente de la República. Qué desfachatez.
Años más tarde, Colombia vivió un conflicto que dejó víctimas inocentes. La violencia vivida a finales de los 90 e inicios de los 2000 es lamentable. Pero aquí vuelve Goebbels: se simplificó el fenómeno de las ejecuciones extrajudiciales o “falsos positivos” de la siguiente manera: en primer lugar, se inventó una cifra que hoy carece de sustento alguno: 6402. En segundo lugar, se lanzó una campaña con una pregunta retórica (de la que no se espera una respuesta sino que afirma una posición) con la imagen de unos generales del Ejército: ¿quién dio la orden? Y con esto se ha llegado a la explotación del dolor legítimo de las madres de Soacha, quienes han sido usadas incluso con fines electoreros, y han recibido contentillo con acciones pírricamente simbólicas como poner botas pintadas en una de las plazoletas del Congreso de la República.
Pues bien, el nuevo caballo de batalla de las bodegas (ya dejémonos de vainas con eso de “medios alternativos”) es la Operación Orión (octubre de 2002) y la aparición de cuerpos en La Escombrera. Esta operación -y pregunten a la gente de la Comuna 13- no fue más que la recuperación de una zona cooptada por comandos guerrilleros, donde, podría decirse, no había Estado. Los cuerpos que se encuentran allí pueden ser resultado de acciones violentas en un rango de varias décadas (desde 1980), pero pase lo que pase: siempre se dirá que fue por esta operación.
Duele ver cómo se empieza a instrumentalizar a las Madres Buscadoras así como sucedió con las de Soacha. En Medellín se le apareció la virgen a las bodegas (las de Twitter y las de a pie) para levantar la arena de la indignación. Por la recuperación de la imagen del espacio público a través de la eliminación de un mural que rezaba “Las cuchas tenían razón” se ha causado un revuelo ridículo. ¿La memoria? La memoria, en casos tan tristes como una desaparición, no solo es algo de la mente sino del corazón. Un mural -antiestético además- no es más que otro acto pírricamente simbólico que no sirve para nada.
Y así podríamos seguir contando ejemplos: Carrasquilla y el precio de los huevos, la muerte de Dylan Cruz y Lucas Villa, el levantamiento de ese bodrio llamado Puerto Resistencia (¡Hoy declarado patrimonio cultural!), el narcotraficante 82, y otros; pero no estamos tan desocupados como los que se fueron a cantar cumbias en contra de Álvaro Uribe al pie del mural.
Compatriota, ¡No coma cuento, coma carne!
PD: los abogados penalistas en nuestro ejercicio somos tan inmunes a los vaivenes políticos que a la hora de defender solo tenemos una ideología: las garantías fundamentales. Por eso es normal que se nos ubique en una orilla política según el procesado que defendemos, violándose así el principio 18 de los Principios Básicos sobre la Función de los abogados: “Los abogados no serán identificados con sus clientes ni con las causas de sus clientes como consecuencia del desempeño de sus funciones”. Y así, no en pocas ocasiones se me ha tildado de guerrillero o paramilitar por mis defensas. Mientras tanto, mis colegas y yo seguiremos con la máxima de SE LITIGA EN EL ESTRADO Y SE DEFIENDE DONDE TOQUE.