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Elecciones 2023

Derrotada la primera línea en Colombia

El presidente Petro perdió el plebiscito a su gobierno y de la peor forma posible. Su candidato en Bogotá, Gustavo Bolívar, no alcanzó a llegar ni, en segundo lugar, demostrando que el bastión electoral del Pacto Histórico se ha desvanecido en la capital.

Foto: Hansel Vásquez, Revista Alternativa

Los resultados electorales de estas elecciones territoriales han sido un contundente mensaje para el gobierno del presidente Petro. Su gestión va mal y el descontento es generalizado en todo el territorio nacional.

El triunfo arrollador de Carlos Fernando Galán en Bogotá, de Federico Gutiérrez en Medellín, de Alejandro Char en Barranquilla y de Alejandro Eder en Cali, son la demostración de la desconexión del Gobierno nacional con las regiones y las principales capitales de Colombia.

El presidente Petro perdió el plebiscito a su gobierno y de la peor forma posible. Su candidato en Bogotá, Gustavo Bolívar, no alcanzó a llegar ni, en segundo lugar, demostrando que el bastión electoral del Pacto Histórico se ha desvanecido en la capital.

Petro queda en el limbo de aquí a que termine su mandato. En este proceso electoral quedó demostrado que le cobraron las veces que dejó plantados a los gobernadores, el pésimo manejo político que ha tenido en el Congreso para sacar adelante sus reformas, los escándalos constantes de corrupción y nepotismo a su alrededor y la falta de experiencia para manejar los asuntos del Estado.

Con estas elecciones nace también una nueva oposición, más fuerte y ahora con cargos de poder para hacer contrapeso a la demagogia y al populismo gubernamental.

Es una derrota enorme para el Pacto Histórico que prometió cambio y lo único que ha logrado es desencantar a un número de votantes que se ilusionó con un cambio y que lo único que ha recibido ha sido desilusiones constantes.

Colombia llegó a este proceso electoral sumido en una profunda crisis institucional y de gobernabilidad para el presidente. Tan sólo 24 horas antes de que se abrieran las mesas de votación, ya varios escándalos estaban servidos en la mesa.

Por un lado, se había conocido que el Gobierno Nacional había negociado, a través de la oficina del alto comisionado de paz, la presencia de las disidencias de las Farc en Popayán para empezar la jornada democrática. Rápidamente el presidente Petro tuvo que salir públicamente a desautorizar a la delegación del propio Gobierno que había firmado el comunicado conjunto con el Comando Mayor Central de las Farc.

Este, un hecho inédito, que generó repudio y preocupación, dejó en evidencia que más del 40 % del territorio nacional está bajo el control de grupos armados ilegales que fueron los encargados en muchos municipios de autorizar que tuvieran inicio los comicios.

El otro hecho lamentable ocurrió en Gamarra, Cesar, donde vándalos le prendieron fuego al material electoral en la propia oficina de la Registraduría. Un atentado que causó la muerte de una persona y dejaron varios heridos de gravedad dentro de las instalaciones electorales.

El propio defensor del pueblo, Carlos Camargo, advertía que “podrían ser las elecciones más ilegítimas en Colombia”, afortunadamente no lo fueron y el plan de seguridad de las Fuerzas Militares funcionó y garantizó unos comicios en paz.

Doce horas antes de que se abrieran las mesas de votación, el propio registrador nacional, Alexander Vega, alertaba sobre la mala situación de orden público. Sin embargo, la Registraduría cumplió su misión y fue capaz de entregar resultados a tiempo y a nivel nacional.

El presidente Gustavo Petro semanas atrás lanzaba una campaña para pagar recompensas en todo el territorio nacional a quienes denunciaran la compra de votos, una estrategia para tratar de detener una práctica sistemática en Colombia y que no ha sido desmantelada a la fecha.

Pero quizás lo que más preocupaba es lo que estaba en juego en los territorios y que fue la base para medir la gestión del actual Gobierno nacional y sus aliados políticos.

Cuatro años atrás las elecciones regionales trajeron una estela de cambio que puso por primera vez en la historia de Colombia a una mujer en la Alcaldía de Bogotá. La llegada de Claudia López fue sin lugar a duda un triunfo para aquellos sectores de izquierda progresistas que, si bien ya habían tenido control administrativo de la ciudad, la estela de corrupción y pésima gestión había opacado su legado.

En el caso de Medellín, la llegada de Daniel Quintero era para muchos una derrota del establecimiento político antioqueño y prometía un remezón institucional, pero que terminó con un alcalde renunciando antes de terminar su periodo, sumido en varios escándalos de corrupción, nepotismo y la más baja favorabilidad para un funcionario que hubiera ocupado La Alpujarra.

EFE

Cali, por su parte, ha vivido una real pesadilla. Jorge Iván Ospina ha sido un alcalde cuestionado y que sumió a la ciudad en su peor momento. Cali fue destruida por la violencia que dejó la primera línea durante los bloqueos de 2021 y donde Ospina tiene gran responsabilidad. El propio alcalde permitió que destruyeran la ciudad, y afectaran gravemente el aparato productivo, acabó con la confianza de la ciudadanía y lo sumió a él en el mayor índice de desfavorabilidad y desprestigio.

Tres alcaldes de izquierda que, si bien enfrentaron la pandemia al inicio de sus mandatos, y eso les cambió las reglas de juego, dejaron a sus ciudades con una larga lista de pendientes, escándalos y pobre ejecución que sepultaron los altos índices de favorabilidad con los que habían llegado a gobernar. Todos ellos aliados y votantes de Gustavo Petro en la pasada campaña presidencial.

Ahora el panorama cambió radicalmente. Petro perdió los aliados en Bogotá, Medellín, Cali y tiene en Barranquilla a uno de sus mayores contradictores.

Dilian Francisca Toro, ganó la Gobernación del Valle, el Centro Democrático se quedó con la Gobernación de Antioquia, Verano de la Rosa, aliado de Alejandro Char, con la Gobernación de Atlántico, y el general (r) Juvenal Díaz ganó la Gobernación de Santander. Ninguno de ellos pertenecientes al Pacto Histórico.

Por eso la lucha en Bogotá fue a muerte en estos comicios para ganar el asiento en el Palacio Liévano. La apuesta presidencial por cambiar el Metro de Bogotá quedó sepultada. La intención de gobernar la capital a su antojo se perdió para siempre, al menos en lo que tiene que ver con su mandato presidencial.

Es entonces ahora que el Gobierno debe cambiar la estrategia, buscar consensos y llegar a acuerdos regionales que le permitan terminar su mandato sin estar arrinconado y solo.

Colombia a pesar del centralismo es un país de regiones y se necesita al final, para acumular resultados, trabajar de la mano con alcaldes y gobernadores.

Si estos comicios no sirven para que el presidente despierte, terminará encapsulado y más radicalizado.

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