Tal vez no sea posible ser político sin que uno considere que lo puede hacer mejor que los demás. Esto implica al menos dos actitudes. De un lado, ver todo lo malo que hacen los antecesores. Del otro, alguna dosis de arrogancia. Por lo anterior, tal vez sea más probable encontrar personalidades con tendencias narcisistas entre políticos profesionales. En algunos casos, esas tendencias son extremas.
Lo anterior podría no ser un problema, si esas tendencias se materializaran, en el momento de gobernar, en una mejor labor. Sin embargo, esto suele no ser así. De hecho, podría sostenerse que las tendencias narcisistas están negativamente relacionadas con la capacidad de gobernar y de hacerlo bien, mientras que lo están positivamente con una necesidad casi obsesiva de los políticos por ser reconocidos, admirados y, en casos extremos, amados. Entre mayor sea la obsesión, mayor el peligro de encontrarse con la difusión del denominado culto a la personalidad.
El presidente Gustavo Petro tiene muchos rasgos del caso extremo. No solo percibe que lo puede hacer mejor que todos los que vinieron antes que él, sino que cree que hará un cambio total en el país y que resolverá todos los problemas existentes. Se cree una suerte de salvador colombiano. A su vez, a pesar de todas las falencias que ha demostrado en su capacidad de ejecución, ha demostrado un afán por ser reconocido y admirado. De allí, su preocupación por lo que digan de él los medios, así como la difusión que ha hecho de, por ejemplo, el documental-propaganda que actualmente se presenta en cines.
Esos rasgos se ven claramente en el manejo que le ha dado a la política exterior. Aunque esta debe establecer los instrumentos y estrategias de inserción internacional del país y su objetivo es perseguir los intereses nacionales. En este Gobierno la inserción es para el presidente y los intereses son los de él.
En campaña, Petro juzgó con dureza la política exterior de sus antecesores. En ello, contó con intelectuales y académicos reconocidos por su conocimiento en el tema, y por su férrea crítica a todos los gobiernos en los que no trabajaron.
Esto auguraba, algunos pensaron, una buena gestión.
Caprichos
En su lugar, tenemos una política exterior excesivamente personalista, subordinada a los caprichos, rabietas e improvisación del presidente. El único fin parece ser el de convertirlo en un líder global, sea en el tema del medio ambiente, sea en el de la paz. Mejor, en ambos.
Así se han manejado las relaciones con Venezuela, Argentina o Israel. Amores y odios, pasiones ajenas al manejo de la política exterior, dependen del líder.
Así se ha decidido abrir nuevas embajadas. No conocemos la importancia estratégica para Colombia de países como Senegal, Angola o Arabia Saudita, pero sí el simbolismo de la que se abrirá en Palestina.
De los caprichos del presidente dependen las cuestiones internas de la Cancillería. Ahí está el caso de la licitación para pasaportes.
Ahí están también los nombramientos de embajadas y consulados. Este punto fue uno de los más criticados por Petro y sus seguidores antes de llegar al poder: se decía, con razón, que esos cargos no debían ser políticos, sino ocupados por personas de carrera diplomática.
No obstante, al llegar al gobierno, se olvidaron de la indignación y llenaron el servicio exterior, no solo de pagos políticos, sino de personas que o no tienen experiencia ni conocimiento en temas internacionales, como los nombramientos en México o Chile, o que antes exigían más carrera diplomática, pero que sin problema aceptaron embajadas a pesar de no pertenecer a ella.
“Lo más peligroso, sin embargo, es cómo la política exterior se está utilizando para construir un culto a la personalidad en torno a la figura del presidente Petro. Ese tipo de fenómenos no termina bien nunca”
La personalización también ha permitido que funcionarios específicos tengan su agenda propia. El canciller suspendido tenía la suya relacionada con el tema del conflicto y el actual la tiene en relación con su futura campaña presidencial.
Logros no hay ninguno. Como en las demás áreas del gobierno, sí hay mucho discurso que solo tiene eco internamente.
En la práctica, sin embargo, la relación con Estados Unidos se viene debilitando, a pesar de las constantes negaciones que hacen los diplomáticos, se han creado crisis innecesarias con varios países latinoamericanos, no avanzan las relaciones con Europa ni despegan las que se buscaron con África. China, olvidada. India, ni existe.
Desde el punto de vista temático, el país pasó de ser un referente en, por ejemplo, el planteamiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) a los discursos empalagosos e intrascendentes que transmiten delirios como que el país va a esparcir el germen de la vida por todo el universo.
La política exterior de este gobierno refleja, de manera extrema, los peores rasgos de aquellos que se dedican a la política. También refleja la incapacidad de cumplir las promesas de los narcisistas. Demuestra que es muy fácil juzgar y criticar a los demás, pero que cambiar las cosas y mejorarlas requiere de mucho más que retórica.
Lo más peligroso, sin embargo, es cómo la política exterior se está utilizando para construir un culto a la personalidad en torno a la figura del presidente Petro. Ese tipo de fenómenos no termina bien nunca.