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Racismo, ese discurso “silencioso” que sobrevive

El racismo es una de las expresiones de odio más vigentes en el mundo, y aunque han sido varios los esfuerzos por dejarlo atrás, subsisten expresiones. Como resulta apenas obvio, Colombia no es, ni será la excepción.

Por: Mauricio Jaramillo Jassir

Profesor de la Universidad del Rosario

@mauricio181212

La apología al odio ha sido la piedra angular de las peores masacres y genocidios cometidos desde la segunda mitad del siglo XX. Vimos con horror los asesinatos en masa ocurridos en la década de los 90 en Ruanda (África de los Grandes Lagos) y Srebrenica (Balcanes Occidentales) y de forma más reciente Darfur, Birmania y Palestina, donde expresiones de odio basadas en la etnia han sido tan francamente alarmantes como inexplicablemente desatendidas.

Pero estos genocidios y limpiezas étnicas no son las únicas expresiones. A la par, emergen los discursos de odio que, al evitar las alusiones directas y la violencia física, son más difíciles de identificar o rastrear. A pesar de que en América Latina existan antecedentes como el genocidio contra la población ixil en Guatemala (200 mil indígenas asesinados por la dictadura militar) inspirado en razones étnicas y cometido a comienzos de los 80 —hace relativamente poco—, se piensa ingenuamente que la zona es inmune al racismo y supremacismo.

En el mundo, pero en especial en Occidente, empieza a tomar fuerza una nueva forma de racismo con discursos que no son expresamente denigrantes, pero que transmiten la idea de que ciertos grupos son peligrosos, perezosos, derrochadores y acaparadores. En Europa las tensiones y los estigmas en contra de la población árabe y musulmana se han fortalecido desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 que desfiguraron su imagen.

Luego, ocurrieron los incidentes de violencia empujados por la publicación de una serie de caricaturas que representaban a Mahoma en el diario danés Jyllands-Posten en el año 2006. La respuesta muchas veces violenta de varios musulmanes en el mundo, reforzó los estereotipos. Posteriormente, cuando el semanario satírico francés Charlie Hebdó sufrió un ataque directo en 2015 como represalia por la publicación de caricaturas sobre el profeta, los discursos de odio contra la población árabe y musulmana se potenciaron.

En medio de semejantes tensiones, políticos de la extrema derecha han sacado provecho para alentar la idea de que ciertas comunidades no pueden vivir en democracia y que la migración representa un riesgo para el pluralismo.

El ascenso sorpresivo de Donald Trump exacerbó la racialización de la política en Estados Unidos, por su evidente condescendencia con discursos supremacistas en contra de la población afro.

En 2017 se presentaron los graves incidentes en Charlottesville, Virginia, donde tuvo lugar una manifestación de supremacistas que protestaban por el retiro de la estatua del general Robert Lee (quien peleó a favor de los confederados, simpatizantes de la esclavitud) y en la que, aparecieron eslóganes racistas y antisemitas.

El entonces presidente Trump fue incapaz de condenar un envalentonado supremacismo.

La protesta terminó en violencia y Trump no halló reparo en culpar a ambos bandos, sin siquiera condenar las manifestaciones flagrantes de un desbordado nacionalismo.

Con el asesinato de George Floyd en Minneapolis las tensiones raciales se multiplicaron y de forma insólita en un debate televisado con Joe Biden, el entonces presidente Trump que aspiraba a la relección, fue incapaz de condenar un envalentonado supremacismo. Conclusión, el racismo amparado en la incorrección política sigue siendo electoralmente rentable. Como lacónicamente sentenció Barack Obama al abandonar el poder “el Estados Unidos post-racial nunca fue realista”.

Protestas en contra del asesinato de George Floyd. Brooklyn, Nueva York.

Sin fronteras

Y si en el norte llueve, en el sur no escampa. Colombia no ha sido ajena a estas manifestaciones de exclusión que ahora parecen legitimarse con la elección de Francia Márquez. Como ocurre en Occidente, las manifestaciones no son flagrantes y aunque no haya leyes segregacionistas, las apelaciones al odio se banalizan.

Una reconocida cantante la tildó de “King Kong” y María Fernanda Cabal la senadora más votada en el Senado, ironizó su nombre al pedirle que lo modificará pues “palabras más, palabras menos”, Francia era sinónimo de colonización. Pero sin duda, los ataques más evidentes han provenido de la línea editorial de la Revista Semana y en particular de María Andrea Nieto.

Para criticar la gira al África Subsahariana, caricaturizó a la vicepresidenta vistiéndola como si fuera en un safari, clásico recurso al exotismo de racistas que niegan su condición, con el peregrino argumento de que no hay un insulto expreso.

Esto último resume la esencia en estos tiempos y latitudes del odio estructural por razones étnicas, religiosas o etnolingüísticas. Si bien no se manifiesta en incidentes de violencia a gran escala como en Biafra, Birmania, Guatemala, Ruanda o Srebrenica proyecta un discurso que sobrevive porque “pasa de agache” al esquivar mensajes expresamente agresivos.

Esta apología al odio se agazapa en el contexto y subtexto, haciendo más difícil la denuncia y, por ende, su combate. Esto no exime de responsabilidad a una sociedad que, al tolerar el racismo degrada su democracia.

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