El lunes primero de mayo, a las 7:40 de la mañana, la tripulación del Cessna 206 de matrícula HK-2803, perteneciente a la empresa Avianline reportó a la torre de control que el motor presentaba una falla, en el momento en que cubría la ruta entre Araracuara —una inspección ubicada en la confluencia del río Yarí y el departamento de Caquetá—, y San José del Guaviare.
Las siguientes comunicaciones entre el piloto y el operario de la torre de control, fueron de angustia. Buscaba con afán un río que le permitiera acuatizar. Cuando señaló que lo había ubicado, la comunicación se perdió y no se volvió a saber nada de la suerte de la HK-2803.
En la pequeña aeronave viajaban siete personas. Entre ellos cuatro menores de edad. La búsqueda del avión perdido se inició de inmediato. Pero no era una labor fácil en medio de la espesa selva que por el follaje poco o nada dejaba ver bajo los enormes y frondosos árboles.
Pasaron 16 días para que los comandos de rescate de las Fuerzas Militares, lograran divisar la nave. Había quedado incrustada entre el follaje de varios árboles. El piloto no alcanzó a realizar el acuatizaje y se accidentó en el municipio de Solano, cerca al río Apaporis, en el departamento del Caquetá.
Los grupos de rescate ubicaron lo que quedaba de la aeronave, los cuerpos sin vida de los tres adultos. Pero no encontraron rastro alguno de los cuatro niños. Ninguno de ellos fue ubicado en el área del accidente. Tampoco se encontraron señales de que estuvieran heridos.
La avioneta HK-2803 no logró acuatizar. El impacto fue sobre los árboles. El grupo de rescate determinó que el primer impacto había aislado la hélice y el motor de la estructura de la aeronave. Después los restos de la avioneta se fueron al piso en caída vertical.
Las labores de rescate permitieron identificar a los tres adultos muertos. Uno de ellos era la madre de los cuatro menores que viajaban en las sillas 4, 5 y 6. Los analistas determinaron que esos puestos no se desprendieron de la nave ni mostraban malformación por los golpes. Todo hacía prever que los pequeños habían logrado salir ilesos del accidente. Pero la pregunta que surgió fue: ¿dónde están?
La aeronave HK-2803, reportada como desaparecida el lunes 1 de mayo mientras volaba entre Caquetá y Guaviare, fue encontrada por las autoridades en zona rural del municipio de Solano (Caquetá), tras más de 16 días de búsqueda.
Los sobrevivientes
Los cuatro pequeños hacen parte de la comunidad indígena Muinane, de Puerto Sábalo, asentada en plena selva en el sur del país en el corazón del Amazonas y Caquetá. Donde la única posibilidad de conectarse con otras regiones es sólo por aire. Carreteras inexistentes y algunos de los ríos son extremadamente caudalosos.
Los cuatro son hermanos. La mayor de 13 años se llama Lesly Jacobombaire Mucutuy; Soleiny Jacobombaire Mucutuy, de tan sólo 9 años; Tien Noriel Ronoque Soleiny, de apenas cuatro años; y una pequeña bebé, de tan sólo 11 meses, Cristin Neriman Ronoque Mucutuy. Los cuatro viajaban con su madre rumbo a San José de Guaviare. Lo hacían porque su padre comentó que el tema de la violencia perpetrada por los grupos ilegales en la zona, ponía en peligro su vida y la de su familia.
Desde el momento en que se conoció el accidente de la avioneta, Manuel Ronoque, el padre de los niños, emprendió su búsqueda. Sabía que no sería nada fácil por lo agreste de la selva y en una zona habitada de jaguares, serpientes y otros peligrosos depredadores.
En esa zona, donde la selva tiene trampas mortales, donde el aullido de animales hambrientos, el silbido atronador de cientos de especies de aves, más de cien hombres de las Fuerzas Especiales y cerca de 50 guías indígenas, iniciaron el rastreo con la esperanza de encontrar a los niños vivos, sabían que no era una tarea fácil y menos con el tiempo transcurrido entre el 1 y el 16 de mayo, que por fin dieron con la zona del accidente.
16 días que los pequeños estaban a la suerte de la selva. 16 días con un bebé de meses y con la madre de los pequeños muerta entre los restos de la avioneta HK-2803.
Por ello, los soldados pensaron que encontrarlos con vida, sería un milagro.
Para los soldados aquel lugar les era familiar. Por esos lugares perdidos entre la manigua estuvieron por años buena parte de los secuestrados que tenían las Farc, entre militares, los cuatro estadounidenses y la entonces candidata presidencial, Ingrid Betancourt.
Tras cuarenta días de búsqueda, los menores fueron hallados en un punto remoto entre los departamentos de Caquetá y Guaviare donde fueron buscados sin descanso por unos 200 militares, entre ellos comandos de las Fuerzas Especiales del Ejército, e indígenas de varias tribus conocedores de la selva, todos unidos en la “Operación Esperanza”.
La búsqueda
Los soldados contaron con la ayuda de las comunidades indígenas de la Amazonía. Sólo ellos y nadie más, conocen parte de los secretos de esta selva indomable. Se combinó la tecnología de los GPS con la sabiduría y espiritualidad de la tierra.
Fueron cuarenta días de un trabajo incansable. De no dar el brazo a torcer. De volver a pasar una y otra vez por el mismo lugar. De buscar la más mínima pista que les diera esperanza de que los niños estaban con vida. Y las pistas fueron apareciendo. Encontraron rastros de zapatos, de pañales, de pequeñas ramas quebradas que no eran por el paso de animales sino de humanos.
Al frente de la búsqueda estuvo el brigadier general Pedro Sánchez, comandante conjunto de Operaciones Especiales de las Fuerzas Militares, quien tuvo la brillante idea de articular el trabajo de los soldados con los indígenas. Eso les permitió tener más ojos, más oídos, en la “Operación Esperanza”.
Fueron jornadas agotadoras de trabajo. En esa telaraña de una selva que todo lo va devorando a su paso. Recorrieron más de 2.600 kilómetros y en algunos momentos llegaron a perder la esperanza de hallar a los pequeños. Lograron hacer posible lo imposible.
Tras el hallazgo, los niños fueron atendidos por médicos de combate del Comando de Operaciones Especiales desplegados en la zona y ya de noche, trasladados en helicóptero a la base militar de San José del Guaviare.
Formaron una serie de unidades. Cada una de ellas compuesta por diez hombres que caminaban muy lento observando todo. Cualquier vestigio que les diera pistas sobre el paradero de los niños.
Pero los soldados y la Guardia Indígena no iban solos. A la búsqueda se sumó un protagonista muy importante: Wilson, un perro pastor belga de tan sólo año y medio, experto en encontrar el rastro de niños perdidos, detectó buena parte de las principales pistas que condujo finalmente al rescate de los niños.
Pero Wilson desapareció un buen día. Las huellas de sus cuatro patas junto con las de un niño, encontradas por los soldados y la guardia indígena, fue el último paso para por fin rescatar a los cuatro niños, cuarenta días después del accidente. Nadie sabe todavía cómo lograron sobrevivir. Lo único que tienen claro es que Wilson los acompañó por varios días.