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Alex Saab

Gerardo Reyes (1958) es uno de los periodistas de investigación […]

Alex Saab

Gerardo Reyes (1958) es uno de los periodistas de investigación más importantes no solo en Colombia, sino en Estados Unidos. Actualmente, trabaja como director del equipo de investigación de la cadena de noticias Univisión. Narcotráfico y corrupción forman parte de sus investigaciones que le han valido importantes distinciones de periodismo entre ellos el codiciado Premio Pulitzer que obtuvo en 1999.

Reyes ha escrito una serie de apasionantes libros, fruto de sus investigaciones periodísticas, donde la paciencia, la búsqueda de datos, las entrevistas casi imposibles conforman el repertorio de gran reportero y la experiencia de tantos años en las salas de redacción de prestigiosos medios.

Su último libro, Alex Saab. La verdad sobre el empresario que se hizo multimillonario a la sombra de Nicolás Maduro, editado por Planeta Editores, acaba de llegar a las librerías. Una investigación, contada en forma de relato, sobre ese misterioso hombre, hoy preso en Estados Unidos, y pieza clave para descifrar las conexiones del régimen del chavismo con políticos colombianos, entre ellos la exsenadora Piedad Córdoba. Alternativa publica uno de los apartes de la historia que revela el papel que ella ha desempeñado y su relación con Alex Saab, el hombre clave del gobierno de Nicolás Maduro en negocios internacionales que están relacionados con el lavado de activos:

“Aquí como un marica limpiando Burger Kings”

Desde finales del 2007, Piedad Córdoba tenía asignadas en el Hotel Gran Meliá de Caracas tres habitaciones pagadas por el gobierno de Venezuela: la 7132, 7134 y 7135, todas bajo el nombre ficticio de Julio Montiel. Había sido nombrada facilitadora del intercambio humanitario de secuestrados de las Farc por prisioneros de la organización. A partir de la drástica medida de Chávez de congelar los pagos a Colombia, Córdoba se dio el gusto de poner a gatear detrás de ella a empresarios que esperaban el descongelamiento de los fondos. En esa cola iba Alex Saab.

“Piedad fue delegada oficialmente por Chávez para hacer un mapa económico-político de Colombia, y con este insumo tomar la decisión de detener el pago de todas aquellas empresas que tuvieran relación con el uribismo, que hablaran mal de Chávez o simplemente no le gustaran a Piedad, y por el otro lado para pagar”, me dijo una fuente cercana a las operaciones. “En la lista negra estaban el Sindicato Antioqueño, la Organización Ardilla Lulle, propietaria del canal de televisión RCN que la atacaba constantemente, y el emporio de Luis Carlos Sarmiento Angulo, el hombre más rico de Colombia”, agregó.

La ansiedad por recuperar el dinero no tenía fronteras ideológicas. A finales de 2009, el entonces congresista Miguel Pinedo Vidal, quien sería condenado por parapolítica, se reunió con Córdoba en el Club El Nogal de Bogotá para interceder por un amigo que esperaba el pago de Cadivi. Pinedo me confirmó la reunión y aclaró que estaba actuando como abogado “para cobrar unos temas de Cadivi”. Dijo que viajó a Venezuela aunque sus gestiones fueron infructuosas porque no fue posible que la exsenadora lo acompañara. “Si yo le pedí el apoyo a Piedad es porque ella y yo éramos buenos amigos, seguimos siendo buenos amigos y ella tenía esos contactos”. Recordó que Córdoba había hablado “con las personas allá, pero ella no me pudo acompañar y eso terminó siendo un viaje en nada efectivo”. Al pedirle al excongresista el nombre de la persona que representó, respondió: “Sabe que el abogado es como el cura para la confesión”.

Alex Saab

Córdoba también confirmó la reunión con Pinedo aunque dijo que no recordaba los nombres de los empresarios recomendados por el excongresista. Me confesó que no estaba muy interesada en ayudarlos. “Te lo digo con toda franqueza, yo tenía muy mala imagen de ellos. Muy mala imagen porque yo los conocí”. Insistí a quién se refería al decir “ellos”. “A Miguel”, me respondió. “Entonces yo le decía ‘sí, yo voy a ver qué puedo hacer’. No hacía nada. Pero él sí me buscó. Eso es cierto”. Una persona cercana a estas operaciones me dijo que a la hora de los negocios, la militancia política de Córdoba se rendía ante los “bichetes” como se refería la senadora al efectivo, al imitar el acento argentino de Battistetas, apodo que le puso a una voluptuosa asistente de su amigo Carlos Battistini.

En la contabilidad interna de Córdoba y sus asistentes se crearon dos grandes grupos de acreedores de Cadivi que fueron identificados como Los Árabes Amigos y Palestino Amigo. En el primer grupo estaban los apadrinados por políticos y empresarios colombianos. La deuda de este primer grupo sumaba 120 millones de dólares. En el segundo solo estaban las empresas de Saab que buscaban recuperar unos 30 millones. Saab pertenecía al primer grupo originalmente, pero se le hizo casa aparte con la intención de que se le diera prioridad en el gobierno venezolano. ¿Pero cómo había llegado Córdoba a esta posición sin cargo que le permitía definir deudores y acreedores, amigos y enemigos de Venezuela? Una persona que conoció su metamorfosis me dijo: “Lo que sucedió con Alex no fue un azar del destino, fue una estrategia organizada, planeada con el fin de recoger dinero para Piedad y hacerla presidenta de Colombia. Ella utilizó la oportunidad política que le dio el acuerdo humanitario y las liberaciones en Venezuela para montar una estructura económica robusta. Lo de Cadivi fue solo uno de los negocios”.

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La hija de Zabulón Piedad Esneda Córdoba Ruiz nació en 1955 en Medellín de un matrimonio de clase media entre el profesor afrocolombiano Zabulón Córdoba y la paisa blanca Lya Ruiz. “Zabulón era un negro no mestizado, fácil de deducir por su nariz ancha, pelo churrusco y color de piel que hacía honor a su sobrenombre, negro, en el sentido cabal de la palabra. En términos vulgares no era negro sino azul”, escribió su nieto Juan Luis Castro Córdoba, hijo de Piedad. Castro, un siquiatra con especializaciones en Estados Unidos que terminó a regañadientes en la política, publicó en Colombia dos libros autobiográficos colmados de cándidas revelaciones de los dilemas de la familia y de las terribles humillaciones racistas sufridas por todos sus miembros. Zabulón, que había nacido en el Chocó profundo (San Rafael de Negua), fue contratado como profesor en Yarumal, Antioquia, un pueblo tan tedioso que uno de los pocos pasatiempos de sus habitantes consistía en presenciar el sacrificio diario de un cerdo y una vaca en la plaza principal, contaba el profesor. Zabulón siempre estaba bien vestido, con corbata, traje de seda y un sombrero fino. Por ser el único negro, “la mayoría de los niños lo veían y huían despavoridos como si hubieran visto al mismísimo Belcebú, algunos otros le preguntaban si podían tocarlo pues sus familiares les habían dicho que los negros tenían poderes”, escribió Castro. Agobiados por el racismo de Yarumal, Zabulón y Lya se mudaron a Medellín donde construyeron su casa. Piedad se casó con Luis Castro, un sociólogo político y salsómano de Guapi, Cauca, a quien había deslumbrado por su “culo supersónico” mientras caminaba por la avenida Guayaquil de Medellín, explica Castro. Tuvieron cuatro hijos, Juan Luis, Camilo, Natalia y César. La pareja se separó. El médico conserva un gran aprecio por su padre. No puede olvidar que de adolescente la mejor manera de saber que había llegado el viernes era cuando escuchaba las primeras notas de un clásico de salsa en el estéreo de su casa en Medellín. Córdoba estudió derecho en la Universidad Pontificia Bolivariana. “Se metía en todas las peleas y reivindicaciones de los estudiantes que pudiera”, recordó un compañero de curso. Acudía a clases abrumada por tribulaciones económicas. “Yo recuerdo que a mis 25 años estaba embarazada, en cuarto año de Derecho, y que mi esposo estaba viajando por Antioquia buscando cómo traer comida a la casa”, explicó en un discurso de campaña. Hoy no se queja de cuestiones económicas. “Yo no soy una persona que viva mal porque no es así”, me dijo en la entrevista de marzo de 2021. “Yo tengo una muy buena pensión. Yo tengo negocios, yo hago asesorías. Yo me muevo”. Es admirada por muchos en Colombia por su papel histórico en la resolución de conflictos. Citan su coraje y humanismo como virtudes que ha demostrado en momentos críticos de la historia del país. A sus 65 años, puede ufanarse de haber toreado a todos los actores claves de la violencia en Colombia. Luchó por la restauración de la extradición de los narcos; se enorgullece de haber sido una de las primeras políticas en censurar los vínculos de la guerrilla con las drogas; de condenar el paramilitarismo desde su génesis en Antioquia cuando Álvaro Uribe, el entonces gobernador, alentaba las cooperativas Convivir. En esos años lo llamaba mafioso. En otras lides intercedió por los derechos de los gays y las negritudes y denunció fraudes millonarios al Estado como el del ministro de Interior y Justicia de Uribe, Fernando Londoño, a quien interpeló en el Congreso. Sin su intermediación quizás el proceso de entrega de secuestrados por las Farc no hubiera sido posible. Durante el intercambio humanitario tenía línea directa con los jefes guerrilleros. Chávez le pasaba al teléfono y Uribe tenía que responderle. El presidente colombiano le había confiado la coordinación del proceso.

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Al final, la exsenadora borró la distancia sana del buen mediador y terminó envuelta en una tórrida relación con sus interlocutores en la guerrilla y en el Palacio de Miraflores. Daba consejos, hacía lista de enemigos y prioridades, llevaba y traía mensajes secretos. Los colombianos se acostumbraron a ver sus discursos de adulación desgañitada al presidente Maduro durante mítines proselitistas del gobierno vecino. En una de esas intervenciones se ofreció a recorrer Venezuela para sacar a los paramilitares del país. “Yo me pongo como un soldado a favor de la revolución bolivariana”, exclamó llevándose la mano a la frente como en el saludo militar ante miles de mujeres venezolanas de un foro femenino que celebraba en marzo de 2015. “Vamos a decirle al mundo que contra la revolución bolivariana no pueden, que nosotros somos capaces de defender a Palestina, de defender lo que tenemos que defender de Cuba y la paz en Colombia, pero sobre todo no nos dejaremos poner un pie en Venezuela porque a Venezuela se le respeta”. Los aplausos opacaron su voz. En otro discurso le dijo en su cara risueña a Maduro que “era un lujo” tenerlo como presidente por su “paciencia” y “humildad”. “La ‘negra del turbante’ ha trabajado sin descanso por lo que lastimosamente nadie más ha trabajado (la libertad de los secuestrados), incluso cometiendo enormes errores por falta de cálculo político, como dejarse ver como la ficha de Chávez en Colombia y no ser lo suficientemente cuidadosa en la elección de sus enemigos”, escribió el periodista Yohir Akerman. El problema de la relación de Córdoba con Saab no fue de cálculo político sino todo lo contrario, fue una maniobra políticamente muy bien calculada. Y con un amigo muy bien elegido. Su amistad con el empresario colombiano tenía dos vías: ella ponía las influencias y él pagaba sus cuentas. De esa manera Córdoba terminó sacando provecho personal del caótico esplendor que produjo la corrupción oficial de Venezuela. Ella sabía de dónde salía el dinero de Saab; sabía cómo funcionaban las cloacas de Cadivi; sabía que los procesos de licitación se habían convertido en reliquias de la Cuarta República porque en la Quinta todo se adjudicaba con el dedo que los venezolanos usan para mezclar el whisky. Era la misma Córdoba —quizás no— que en 2003 le gritó “guaquero” e “impostor” a Fernando Londoño en el debate del Congreso. La misma que abrió entonces un sitio en la red que se llamaba delitocuelloblanco.com.

El viernes 15 de mayo de 1999, la senadora por Antioquia fue secuestrada por órdenes de Carlos Castaño, el jefe de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Tras su liberación se estableció con su familia en Montreal, Canadá. La familia salió a las carreras de Colombia con la idea de pedir asilo. De la eterna primavera de Medellín a las nieves perennes de Norteamérica, la vida no fue fácil. Sus hijos le reclamaban que solo pensaba en ella a la hora de buscar pleitos. Juan Luis y Camilo debían combinar sus estudios con empleos en Burger King. Un día Juan Luis explotó contra su mamá con un rabioso reclamo que podría ser clave para entender los cambios de prioridades de Piedad en el futuro: “Que no tenés ni un peso para la campaña, que nadie quiere escuchar tu discurso, que nadie está interesado en los desplazados, los pobres, los homosexuales, el aborto o nosotros los negros y que a todo el mundo le importa un reverendo culo el futuro de este país, incluidos los tales recursos naturales. No hermana, ya no güevoniemos más, no tenés plata, nosotros estamos exiliados mientras todos los otros políticos en Colombia están ganaos; aquí me mantengo viendo a los hijos de ellos en Montreal, viviendo en el West Side (zona de clase alta) con buenos carros, buen apartamento y con el futuro asegurado, mientras que yo estoy aquí como un marica limpiando Burger Kings”. El reproche de Juan Luis delataba una frustración que su mamá aparentemente comprendió con el tiempo: que no se puede hacer política sin hacer dinero y que ese dinero sirve no solamente para mantenerse en el poder sino para vivir como los colombianos “ganaos” del West Side. Y vivir bueno es en el caso de Piedad, vestirse con ropa fina como lo hacía su papá Zabulón. El gusto de Córdoba por las carteras de marca y las joyas es muy conocido en su círculo cercano de amigos y colaboradores. Uno de ellos dice que eran comunes los paseos de la senadora por el centro comercial Sam Bill de Caracas con las bolsas de Louis Vuitton al tope y cajitas de alhajas de Roberto Coin.

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