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ALFREDO RANGEL Alfredo Rangel Gustavo Petro

Boric y Petro, ¿finales diferentes?

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Por particulares circunstancias históricas, los procesos políticos y electorales de Chile y de Colombia viven hoy un paralelismo muy interesante, que nos puede dar luces sobre los posibles escenarios políticos futuros en nuestro país.

Por: Alfredo Rangel.

De hecho, el origen de los gobiernos de Boric en Chile y de Petro en Colombia es muy similar. Son producto de lo que se ha dado por denominar “estallidos sociales”, que no fueron otra cosa que campañas de extrema violencia sistemática, organizada por grupos ultra radicales de izquierda con el fin de desestabilizar gobiernos democráticos en países de la región.

Para ello servía cualquier pretexto: un alza en la tarifa del metro en Santiago, o un caso aislado de brutalidad policial o un proyecto de reforma tributaria ya retirado del Congreso por el gobierno en Colombia.

El pretexto era lo de menos. Lo importante era generar una situación de caos y de violencia generalizada que condujera a una gran incertidumbre sobre el futuro, insoportable para la mayoría de los ciudadanos. De manera paradójica y cínica, las opciones políticas auspiciadoras de la violencia se erigieron a sí mismas como la solución electoral de esa violencia.

Una mayoría exigua de votantes en ambos países sucumbieron al chantaje de los extremistas y les dieron la victoria que les permitió llegar al gobierno. Con unas coincidencias muy particulares: en ambos casos su representación parlamentaria es minoritaria, y su éxito en las presidenciales se lo debieron al apoyo en la segunda vuelta de partidos democráticos -despistados unos, oportunistas otros-, que le apostaron a que de esa forma iban a moderar los objetivos radicales de esos grupos extremistas.

Falsa ilusión. En ambos países esos gobiernos han tratado de imponer sus propuestas radicales, y se han dado contra la pared en el intento. Boric fracasó en su pretensión de imponer una nueva constitución radical, estatizante y anacrónica, que fue rechazada abrumadoramente por el pueblo en el plebiscito de salida del proceso constituyente impulsado por el gobierno.

Petro ha fracasado hasta ahora en su pretensión de imponer una reforma política ventajosa y antidemocrática, una reforma laboral anacrónica, reformas estatizantes de los sistemas de salud y pensional, o controlar por decreto las tarifas de los servicios públicos.

Boric ha sufrido consecutivas derrotas electorales en el corto tiempo que va de su gobierno. Petro se apresta a sufrir una muy segura estruendosa derrota en las elecciones regionales de octubre.

Las coaliciones políticas que sostienen a ambos gobiernos se resquebrajan día tras día. Aquí y allá los problemas de seguridad se agudizan, las economías se estancan, el pesimismo cunde y la mayoría de la opinión le quita el respaldo a su gobierno.

Ante esta situación, en Chile han surgido dos interpretaciones opuestas de la coyuntura política y su posible evolución, que pueden ser de interés para los colombianos. De una parte, allí amplios sectores del empresariado, de sectores políticos democráticos, de la tecnocracia y de la academia, consideran que lo peor ya pasó, que el populismo tocó su techo, que la amenaza está controlada.

Que en las próximas elecciones presidenciales todo regresará a la normalidad y que, por tanto, hay que ir pensando en la opción y el liderazgo político de relevo. De otra parte, los ideólogos del populismo en el gobierno de Boric piensan, por el contrario, que con el “estallido social” se ha abierto un proceso de cambio estructural y de largo plazo, que la mayoría de la sociedad chilena vive un hondo cambio cultural que es la base de apoyo del gobierno de izquierda, y que la crisis actual es solo un bache temporal que se puede superar.

La salida de ese bache requeriría entonces de una nueva táctica política orientada hacia el gradualismo en las reformas, dejando de lado el maximalismo actual, recortando temporalmente la agenda radical para hacerla políticamente viable, para atraer de nuevo a la opinión de centro que ha salido espantada frente al radicalismo gubernamental.

En Colombia todavía no se presenta esa percepción tan optimista que considera la amenaza populista superada. Abunda, en cambio, tanto en sectores realistas del partido de gobierno, como entre segmentos pragmáticos de partidos que ayer eran de gobierno pero que una vez fueron echados a sombrerazos de la coalición les tocó volverse independientes, abunda, digo, la ilusión de que Petro reduzca su radicalismo, abandone su discurso confrontacional, y modere su agenda de reformas mediante acuerdos concertados entre sectores políticos y sociales del país.

Es muy probable que en Chile Boric opte por esta opción pragmática como única alternativa de sobrevivencia política. Creo que es menos probable que Petro lo haga. Frente a la búsqueda de salidas ante coyunturas políticas similares, las personalidades y las trayectorias de los líderes entran en juego de manera definitiva. Boric es esencialmente un joven líder estudiantil, con casi nula experiencia política estatal, inclinado a escuchar y trabajar de cerca con un círculo estrecho de amigos, y es mucho más dialogante y pragmático.

Petro, por el contrario, es un exguerrillero y un curtido político con mucha trayectoria parlamentaria, negado para trabajar en equipo, solo se escucha a sí mismo, ha hecho de la confrontación su medio natural de acción política, y ante las dificultades opta por agudizar el conflicto. Por estas razones es probable que los ensayos populistas en Chile y en Colombia, que tantas similitudes han tenido en su origen y en su desarrollo, podrían tener finales diferentes. Ya lo veremos.