Lo del Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela no sorprende. Sorprendente hubiese sido que Nicolás Maduro tuviera el coraje necesario para realizar las elecciones presidenciales de este año, de manera libre y justa.
La decisión del Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela de anular los efectos de las elecciones primarias, en las que casi 2 millones y medio de venezolanos eligieron a María Corina Machado para enfrentar a Maduro; y la de ratificar la inhabilidad impuesta por la Contraloría General en el 2015, para ocupar cualquier cargo público por 15 años, son una crónica de una muerte política anunciada.
El gobierno de Maduro nunca iba dejar a Machado competir por la presidencia del país. Su muerte política, aunque anunciada, duele. Duele porque Venezuela está secuestrada hace más de un cuarto de siglo, y sus captores se siguen saliendo con la suya.
Contrario a lo que muchos analistas repiten desde el año pasado, la situación en Venezuela no está mejorando. Y mucho menos, es éste el comienzo del fin de la dictadura.
Hugo Chávez y Nicolás Maduro destruyeron la democracia venezolana.
Sólo los ilusos creerían que, con el acuerdo de Barbados, y el levantamiento de algunas de las sanciones de los Estados Unidos, la democracia venezolana, en contra de todo pronóstico, recobraría sus signos vitales.
Sólo ingenuos creerían que el régimen honraría sus compromisos internacionales, y que Maduro, esta vez, sí jugaría limpio.
Sólo idiotas se atreverían a negar que la Venezuela de Maduro es una dictadura.
Sólo los realistas sabían que era cuestión de tiempo. Más temprano, que tarde, Maduro y sus secuaces ignorarían los deseos de sus compatriotas, y aplastarían cualquier atisbo de esperanza por revivir la democracia en Venezuela.
Después de todo, Maduro y sus secuaces cambiaron el Estado social de derecho, por un Estado mafioso; prometieron acabar con la pobreza y la propagaron; juraron combatir la corrupción y la sistematizaron; pactaron defender la patria y la secuestraron.
En medio de tanta incertidumbre para el país, lamentablemente, lo único cierto es que en Venezuela nada ha cambiado, y que mientras Maduro siga en el poder, los venezolanos estarán condenados a la zozobra.
Más de 7 millones y medio de venezolanos que han huido de su país corroboran que Maduro nunca fue futuro, y difícilmente será cosa del pasado.
La apuesta del gobierno Biden por resolver el problema de la dictadura venezolana y la crisis humanitaria y migratoria, a través de la flexibilización y el desmonte de algunas sanciones impuestas al régimen de Maduro durante la administración Trump, infortunadamente, no arrojó los resultados esperados.
Tras la decisión del Tribunal Supremo de Justicia de sacar a María Corina de la carrera presidencial con artimañas jurídicas, la opción de menos garrote y más zanahoria del gobierno Biden, le puso las cosas más difíciles a la Casa Blanca, y no más fáciles.
En un año electoral, la presión del partido republicano por reinstaurar las sanciones no se hará esperar. Las opciones para lidiar con Maduro, infortunadamente, son cada vez menos. Si bien la administración Biden evalúa la reinstauración de sanciones al régimen, es improbable que dicha presión obligue al gobierno de Maduro a aceptar la candidatura de Machado, u organizar unas elecciones libres y justas.
La dictadura venezolana ha sobrevivido por años a las sanciones de los Estados Unidos. Maduro ha enfrentado, exitosamente, varios intentos de golpe de Estado. Incluso se ha sobrepuesto a la presión internacional que llevó a 60 países a reconocer a Juan Guaidó como presidente de Venezuela.
El problema no es si la administración Biden fue ingenua, o ilusa. Tampoco, si Maduro es audaz, o cobarde. El problema, al parecer, para los Estados Unidos y para la oposición venezolana, es que María Corina era el plan A, y el B.
María Corina ha dicho que no desistirá.Renunciar, para ella, no es una opción. Las primarias del 22 de octubre del año pasado fueron una manifestación clara del deseo del pueblo venezolano que ella enfrente a Maduro en las elecciones de este año.
Por ahora, no obstante, tanto para María Corina, como para el pueblo venezolano, unas elecciones libres y justas son un milagro que seguirán esperando.
Hace diez años muchos creían que Maduro dejaría el Palacio de Miraflores pronto. Hoy la decisión del Tribunal Supremo de Justicia tiene más cerca a Maduro de quedarse en el poder 6 años más, y María Corina Machado de convertirse en otra de los casi 300 prisioneros políticos que sufren la opresión del régimen de Maduro.
Sigamos orando para que a Venezuela la liberen del secuestro, y todo el peso de la ley caiga sobre sus captores.