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JAIME E ARANGO Jaime E. Arango Gustavo Petro

Cómo no lograr la paz

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Es común en el análisis estratégico sobre las confrontaciones armadas el planteamiento según el cual el fin de dicha confrontación es el resultado de la victoria militar de una de las partes, o bien que alguno de los contendientes concluye que no puede alcanzar los objetivos que causaron la confrontación, o que es demasiado costosos lograrlos.

Jaime Eduardo Arango. Analista y consultor. Twitter: @jaimearango9

Por lo tanto llevar al oponente a esta posición es un objetivo prioritario de los estrategas políticos y militares. Para lograr esto existen dos recursos principales que se conocen como, disuasión por negación, que consiste en impedir que el enemigo logre sus objetivos y disuasión por castigo, que es la amenaza de mayores costos si continúa la agresión.

Ninguno de estos componentes se está teniendo en cuenta en las negociaciones con el ELN y, de hecho, en ninguno de los diferentes escenarios de la llamada Paz Total.

Las organizaciones armadas en Colombia no solo están logrando sus objetivos, sino que además no están pagando ningún costo por ello. Cualesquiera que sean las nobilísimas causas que arguyen para justificar sus crímenes, en realidad llevan a cabo de manera constante actividades relacionadas con sus propios intereses por medio del tráfico de drogas, de personas, extorsión, secuestro y asesinatos en entornos locales altamente inestables.

Esto puede hacer que la agresión se prolongue indefinidamente y escale hasta formas duras de control territorial y se produzca un reemplazo parcial del estado en algunos casos, o conducir a un estado fallido en otros, como en Colombia en el año 2.000, o en El salvador del 2019.

En estos dos casos el Leviatán fue capaz de reconstruir el contrato social y lograr un amplio consenso para el cumplimiento de la ley. Esto cambió en el caso de Colombia cuando se planteó un acuerdo de paz con las Farc basado en la justificación de los crímenes de las Farc.

La paz, si ha de ser duradera, tiene que ser estrictamente moral y el acuerdo con Farc fue un desastre ético porque la justificación de los crímenes pasados es la justificación de los crímenes futuros.

Con este antecedente el gobierno del Pacto Histórico ha entrado a plantear un proyecto de Paz sobre la base de la justificación del crimen, en parte porque también es la justificación de sus propios crímenes. El denominado conflicto armado es un punto a medio camino entre la guerra y la paz, “una zona gris” como la describe Lawrence Freedman. Los acuerdos en este escenario no son de paz, tan solo son pactos provisionales, momentos de pausa de la violencia, cálculo financiero, tiempo para avanzar.

Sin disuasión creíble, sin un gobierno decidido a derrotar la ilegalidad porque cree que la ilegalidad es una expresión del “cambio”, la “paz” no es otra cosa que un compás de tiempo para definir quién lleva a cabo primero la utopía revolucionaria. Enfocado siempre en una narrativa justificadora de la violencia, el presidente no tiene autoridad moral, ni legitimidad, para imponer la ley a las organizaciones criminales, o para pactar su disolución.

La Paz Total es en este sentido, la mejor forma de no lograr la paz.