Por Luis Felipe Henao
Abogado, exministro de Vivienda, Ciudad y Territorio
La muerte de George Floyd despertó una profunda indignación contra el racismo en el mundo. Sin embargo y pese a las crudas imágenes de su homicidio en Minneapolis, la realidad muestra que la situación en países como Colombia es mucho peor. En nuestro país una de cada 10 personas es afrocolombiana. Sin embargo, su participación en los poderes públicos y en instancias de poder no llega ni al 0.1 %, lo cual sumado al abandono estatal muestra objetivamente el profundo racismo que todavía existe en Colombia.
En nuestro país la esclavitud se abolió en 1851, mucho antes que en muchos lugares del mundo. El 21 de mayo de ese año se aprobó en el Congreso la Ley de Manumisión, la cual señalaba que “desde el día 1 de enero de 1852 serán libres todos los esclavos que existan en el territorio de la República”. Estados Unidos lo haría a través de una Ley promulgada en 1863 por Abraham Lincoln y más adelante con una reforma constitucional en 1865. Sin embargo, a renglón seguido se aplicó una política de segregación que perduró durante mucho tiempo y contra la que se manifestaron hace apenas unas décadas Martin Luther King y Malcolm X.
Mientras tanto en Latinoamérica la esclavitud fue reemplazada por el abandono absoluto del Estado. Gran parte de los afrocolombianos manumitidos se desplazó al Pacífico, donde ya existían palenques de sus ancestros en lugares sin servicios públicos, ni salud, ni educación. Sin embargo, esa no fue la peor tragedia que han sufrido. La escalada de la violencia a finales del siglo pasado hizo que los grupos armados comenzaran a invadir sus territorios para esconderse de las autoridades. Primero fue la guerrilla, luego los paramilitares y ahora las BACRIM, quienes los han encontrado indefensos y desprovistos de cualquier protección gubernamental. El efecto del conflicto fue el desplazamiento masivo de población afrodescendiente a las grandes ciudades en las que subsisten sin ningún apoyo.
En la actualidad la situación es aún peor. La generación de nuevas variedades de hoja de coca en terrenos selváticos ha hecho que ahora sus territorios estén plagados de ésta. En la última década los carteles mexicanos manejan el negocio en el pacífico colombiano para exportarlo a Centroamérica, amenazando sus líderes y erosionando sus tierras. Por otro lado, la minería ilegal contamina sus ríos y fuentes de alimento, dejándolos sin ningún recurso. La muerte ha vuelto a rondar a estas comunidades y las bandas criminales han invadido la última frontera: el Chocó, que hoy está siendo uno de los departamentos con mayor índice de mortalidad por el coronavirus. La tragedia ha estado siempre a la vuelta de la esquina.
Por si fuera poco el racismo es palpable en muchos ámbitos. La reacción de gran parte de nuestro país ante el nombramiento de la primera ministra de Ciencia, Tecnología e Innovación, Mabel Torres fue inaudita. Pese a ser una química reconocida, gran parte de la opinión pública la criticó sin ninguna justificación. A nivel judicial si bien la Corte Suprema de Justicia y el Consejo de Estado han tenido muy destacados magistrados afrodescendientes, de manera increíble no se ha designado el primero en la Corte Constitucional, pese a haber grandes juristas afrocolombianos expertos en derecho público. A nivel legislativo y político, su participación también es muy limitada y discriminatoria, porque abundan los comentarios racistas absurdos y estigmatizadores que señalan que esta población no puede gobernarse a sí misma.
A pesar de todo ello y con una generosidad infinita, la población afrocolombiana ha dado innumerables alegrías a nuestro país. A ellos les debemos la mayoría de nuestros triunfos deportivos, la música, la riqueza gastronómica y esa esperanza que nos transmiten diariamente.
En Colombia la mayoría de afrocolombianos vive en la pobreza absoluta, sin servicios públicos y a merced de los grupos armados. La muerte de George Floyd es una oportunidad más para reflexionar sobre la gran deuda que tiene el mundo con la población afrodescendiente. Si en Estados Unidos la situación de racismo es grave, en Colombia es insostenible.
“En nuestro país una de cada 10 personas es afrocolombiana. Sin embargo, su participación en los poderes públicos y en instancias de poder no llega ni al 0.1 %”.