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Nicolás Gómez A. Opinión

Los secretos de Benedetti y Sarabia

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¿Qué clase de "guardado"? Perdón, ¿qué clase de guardados le tienen este par de impresentables al presidente para conseguir semejantes cargos en el Estado, sin importar el altísimo costo político?

Lo único que sabemos, eso sí, es que, de enterarnos los colombianos de esos “guardados” o “secretos” —como dijo Benedetti—, “todos se van presos”.

La verdad, querido lector, es que el nombramiento de Sarabia, como en su momento el de Benedetti, me indigna terriblemente, aunque no me sorprende. Ya la señorita todopoderosa de Palacio nos había anunciado el año pasado que, de darse su salida del DAPRE, esta sería concertada con el presidente. Esto da a entender que Petro no puede deshacerse de Sarabia o de Benedetti tan fácilmente y, por ello, debe satisfacer las ambiciones de ambos.

En otras palabras, tenemos un presidente amordazado por dos cafres que aprovecharán hasta el último momento el poder para su propio beneficio. De Benedetti sobra decir cómo lo hará, pero vale la pena resaltar el reciente escándalo que involucra al hermano de Laura, Andrés Sarabia, quien está acusado de ser, presuntamente, intermediario de oscuros empresarios que buscan concretar negocios con el Estado y quién sabe qué más.

Escándalo que preocupa sobremanera, como sucedió con el ilegal polígrafo y las chuzadas a Marelbys Meza, las grandes sumas de dinero en efectivo que supuestamente desaparecieron y desataron el abuso de poder contra la indefensa ciudadana, la mención en los audios de Benedetti sobre los miles de millones de pesos que pudieron entrar —o no— de manera ilegal a la campaña presidencial, la extraña muerte del coronel Dávila y el entramado de corrupción en la UNGRD. Recordemos que varios de los implicados, como Sandra Ortiz, señalan que la alta funcionaria estaba al tanto y participó, presuntamente, de uno de los peores desfalcos de nuestra historia.

Me imagino que, en la lógica petrista, lo anterior no es más que medallas y credenciales para ser premiada con un alto puesto en el gobierno del “cambio”. A lo mejor, por eso varios de los más acérrimos defensores de Petro, en su cinismo habitual, justifican lo de Sarabia diciendo que su lealtad y eficiencia —¡hágame el favor!— la hacen idónea para representar a los colombianos ante el mundo.

Pareciera que, entre más malvado, mejor pago en el gobierno de la vida y el “cambio”.

Más allá de la desastrosa hoja de vida pública de la nueva Canciller, vale la pena hacer unas preguntas: ¿Será que EE. UU. o la Unión Europea estarán cómodos interactuando con una persona mencionada o involucrada en los peores escándalos de corrupción y abuso de poder? ¿Por qué Sarabia quiere la Cancillería? De ser cierto que su hermano es un intermediario, ¿querrán explorar nuevos horizontes a costa del Estado? ¿Buscará empleo en una ONG de izquierda para después de 2026? ¿Querrá el estatus semidiplomático que le brinde alguna entidad multilateral para no pagar impuestos y no ser vulnerable a la justicia colombiana terminada la presidencia de Petro?

Ni idea. De los Sarabia espero todo, menos que ayuden a Colombia. Sus acciones, omisiones y escándalos hablan por sí solos y confirman lo que muchos hemos advertido: no son el “cambio”, sino más de lo mismo, y hasta peor.