Por Víctor G Ricardo
Analista político, excomisionado de paz
Estados Unidos se encamina a unas elecciones presidenciales en un contexto totalmente desconocido e incierto, marcado por el coronavirus, por la crisis económica derivada del mismo y por una creciente crispación social que se ha acentuado en los últimos meses no solo por el impacto de la pandemia, con millones de nuevos desempleados, sino también por la herida racial nunca restañada que, de manera recurrente, sacude a EE.UU. Y justo se volvió a repetir, de manera brutal, en un momento tan difícil como el que actualmente se está viviendo. Una vez más, un hombre negro, moría a manos de un policía blanco hace unos meses y la herida se abrió nuevamente y la sangre volvió a salir a borbotones.
Quizá, solo quizá, debido a la escasa afinidad del presidente Trump con los hechos y, por extensión, con la población afroamericana de EE.UU. durante todo su mandato, el asesinato de George Floyd resultó en una desconocida marea de protestas en todos los estados del país que, por momentos, pareció acorralar al presidente. Se le vio, Biblia en mano, a las puertas de una iglesia, lo que terminó de irritar a gran parte de la población y por lo que fue duramente criticado en medios de comunicación. Sorprendentemente, un presidente que ha sido capaz de sortear un proceso de destitución (impeachment) que se abrió en su contra en el Congreso, que logró mantener unos índices de popularidad del 50 % cuando la pandemia estaba golpeando más duramente a EE.UU. y la economía se hundía, ha sido incapaz de refrenar sus instintos incendiarios e intentar trabajar por la reconciliación social que urgentemente necesita el país. Fue este, en mi opinión, un grave error, en un momento clave, en el que su pueblo más necesitaba una palabra de aliento y un mensaje de unión. Lo demás es historia ya conocida: las encuestas le sitúan por debajo del candidato demócrata Joe Biden, en algunos casos hasta un 15 % por debajo.
Los demócratas no olvidan, sin embargo, en 2016 Hillary Clinton obtuvo tres millones más de votos que Trump, quien se vio beneficiado debido al complejo sistema electoral norteamericano.
Es obvio, sin embargo, que la caída de Trump en las encuestas no obedece solo a la crispación racial derivada del caso Floyd. Su cuestionada gestión de la crisis sanitaria tiene mucho que ver también. Una negación hasta el absurdo de la gravedad de la crisis, una falta de estrategia en la respuesta y una reapertura prematura del país, están en el origen de los seis millones de contagios y 175.000 fallecidos.
Lo que sí parece claro, en mi opinión, es que en esa caída poco ha tenido que ver el candidato demócrata Biden, a quien se le ha llamado ya “el gran beneficiario de la pandemia”. Recluido cómodamente durante meses en el sótano de su casa, ha optado por evitar el enfrentamiento directo y la acción crítica. No olvidemos que Biden cumplirá próximamente 78 años. Tan solo en la convención demócrata se pudo ver ganar en visibilidad y lanzar mensajes más contundentes a su rival. De esa convención, salieron mensajes ilusionantes, con énfasis en los valores democráticos y se oficializó la fórmula presidencial Biden-Harris. Con esta nominación a la vicepresidencia de los Estados Unidos, Biden se atrae para sí a un componente importante del electorado. Kamala Harris es la primera mujer afroamericana en optar a la vicepresidencia y, quién sabe, si también a una futura presidencia. No le faltan méritos profesionales y cuenta con una valiosa trayectoria como fiscal general de California y senadora por dicho Estado.
Ahora le ha tocado el turno a la convención republicana que oficializó la fórmula Trump-Pence. No se esperan sorpresas, pero ya se habla de la necesaria reestructuración del Partido Republicano en una era post Trump, gane o pierda las elecciones. Por otra parte, la participación de Trump en la convención como nunca antes, ha sido muy participativa a punto que en el programa se consideró no solo una vez su participación sino todos los dos de la convención. La política personalista y basada en la polémica que ha venido ejerciendo estos años no es compartida por muchos republicanos que abogan por un cambio de rumbo.
Mientras tanto, habrá que estar atentos a la esperada recuperación económica en EE.UU., principal baza de Trump, para ver si es capaz de remontar en las encuestas en los dos meses cortos que quedan por delante. En su contra juega el voto por correo que en muchos estados puede empezar a ejercerse a partir del mes de septiembre y que este año, por la pandemia, tendrá un papel más importante. A su favor juega el llamado voto de vergüenza: muchos de los encuestados no se atreven a revelar en una encuesta que realmente votarán por Trump.
“No se esperan sorpresas, pero ya se habla de la necesaria reestructuración del Partido Republicano en una era post Trump, gane o pierda las elecciones”.