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Mundo

Pendientes eternos

El Estado latinoamericano no logra resolver eficazmente los problemas pendientes de la región, con la consiguiente repercusión político electoral.

En mi anterior artículo, Nueva agenda estratégica para América Latina, planteé la urgente necesidad de los países latinoamericanos de actuar unidos en el mundo actual ante la conversión de nuestra bioceanidad geográfica a una bioceanidad estratégica. Este es el gran pendiente internacional para la región.

Nuestros países tienen otros pendientes internos que durante décadas no son resueltos, habiéndose convertido en motores del desencanto ciudadano hacia quienes se les confía la conducción nacional: los partidos políticos y la política.

El Estado latinoamericano no logra resolver eficazmente los problemas pendientes de la región, con la consiguiente repercusión político electoral. Nos hemos mal acostumbrado a vivir procesos electorales en los que los candidatos a gobernar pasan como conduciendo un bus ofreciendo a los pasajeros “el paraíso en la tierra”. Suben y eligen. Concluye el gobierno y bajan sin que su realidad haya cambiado. Viene otro proceso electoral y se repite la historia, solo que se suben a otro “bus”, quizás con las mismas promesas electorales que el “bus” precedente no pudo cumplir. Y así repetidamente en el tiempo son los mismos “pasajeros” o electorado, que se va decepcionando sucesivamente de los líderes, de los partidos y del sistema democrático, variando su voto con la esperanza de que “el próximo será” quien resuelva los pendientes. Desde la década de 1980 nuestros países, cada uno con sus peculiaridades, han venido viviendo ese proceso.

La sociedad latinoamericana, a diferencia de la europea o la norteamericana, no ha sabido construir mecanismos de control político social sobre los gobernantes. La ausencia de una auténtica sociedad civil organizada que le haga verdadero contrapeso al omnímodo aparato público de nuestros países, hace que en América Latina el Estado dirija la cuestión pública y también al país. En Europa o América del Norte el Estado dirige la cuestión pública y la sociedad civil dirige al país. Una notable diferencia.

Ya sabemos que es poco probable en la región que los parlamentos ejerzan control político institucional. Si el gobierno no obtiene electoralmente mayoría parlamentaria, la construye con alianzas partidarias o negociando individualmente con parlamentarios adecuables a las necesidades del gobierno. ¿Control político social por la prensa? Pueden terminar haciendo más política que ese control.

Nuestros territorios, donde campean la injusticia social y la corrupción, son la prueba palpable de que hay que ir urgentemente a la construcción de un modelo diferente de democracia, en el cual el contrapeso al Estado sea la sociedad civil. Este es el gran pendiente interno de nuestros países.

Los encargados electoralmente de gobernar, que debieran permanentemente cambiar las condiciones de la realidad para el bien de todos, actúan constantemente divorciando la acción de la realidad objetiva a cambiar. No se vive el principio de la supremacía de la realidad. Cuando hay una sociedad civil organizada que hace control político social, los aparatos públicos acercan su acción hacia la realidad, en beneficio de la misma sociedad civil organizada que les indica sus necesidades. Será difícil recuperar los catorce puntos de caída de apoyo a la democracia entre 2010 y 2020 en la región (latinobarómetro 2021) sin resolver urgentemente la ausencia de sociedad civil.

Cuando el divorcio entre acción y realidad se vuelve crónico, se produce un desencanto y desconfianza hacia quienes se les va confiando el poder. Los partidos políticos pierden sustento social, desaparecen o se fracturan, se originan múltiples nuevas organizaciones políticas que suelen cometer los mismos errores, llevando a que en los parlamentos ningún partido tenga mayoría absoluta y que a las casas de gobierno lleguen presidentes que representen a la minoría de los electores registrados en los padrones o registros electorales, como ha sucedido recientemente en Chile (Boric 30.74% del padrón) o en Perú (Castillo 34.94%). Es la ola de la escasez de mayorías, como la llama el ‘latinobarómetro’.

Tenemos concentración territorial de los aparatos productivos, informalidad laboral, gran número de pequeñas empresas sin integración productiva, anemia crónica en menores de tres años, sistemas de partidos políticos eminentemente urbanos, aparatos públicos centrados en la eficiencia y no en la eficacia de un verdadero cambio, crecimiento de los presupuestos públicos sin expansión simultánea de los mecanismos y aparatos de control, países “expulsores” de población por falta de oportunidades, entre otros pendientes sin resolver, que parecen volverse eternos en la región.

El novísimo escenario mundial, construido por un evidente proceso de cambio amplio, complejo, rápido y no secuencial, nos exige tener una nueva América Latina para que actuemos conjuntamente. No es una circunstancia para aprendices en solitario sino para que todos intervengan en la construcción de lo bueno para todos. Esto solo podrá alcanzarse mediante confluencia de voluntades y de los diversos pensamientos políticos.

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