«Pedro Castillo, se ha convertido, en el poder, en la llave de entrada de un comunismo solapado»
Por: Juan Paredes Castro
Periodista y escritor
Por muchos años, Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia y hasta Argentina, dejaron de ser ejemplos a seguir como gobiernos, sistemas y Estados.
Y siguen no siendo modelos a seguir en América Latina, ya sea por la supresión de las libertades y derechos democráticos o por los desastres económicos y financieros que atraviesan.
Brasil, oscilando permanentemente entre la derecha y la izquierda, entre la democracia y el autoritarismo, nunca ha sido, por el tamaño de su territorio, su descentralismo sui generis y su particular manera de vivir y convivir en prolongados períodos económicos inflacionarios y recesivos, un modelo a seguir.
Resulta que ahora último los modelos a seguir de hasta hace un año, Perú y Chile y hasta México y Colombia, de pronto ya no lo son.
Perú, con el descalabro que vive bajo el gobierno comunista de Pedro Castillo ya no tiene ningún chance de acceder a la OCDE.
México y Colombia todavía se defienden por estar, junto con Costa Rica, dentro de la OCDE, el exclusivo club de los países camino al primer mundo. Chile, con todo lo que le viene pasando con el brusco cambio de sus reglas de juego constitucionales, tiene un pie afuera. Y lo mismo les puede pasar a México y Colombia, con proyectos de izquierda socialista de alta carga desestabilizadora política, social y económica.
Perú, con el descalabro que vive bajo el gobierno comunista de Pedro Castillo ya no tiene ningún chance de acceder a la OCDE. Con Lula da Silva en el próximo gobierno, Brasil correrá la misma suerte. Ambos países abrigaban fuertemente sus aspiraciones a integrar este organismo altamente exigente para los países emergentes.
Con este breve brochazo de cómo andan los modelos y contramodelos políticos, económicos y sociales en la región, nos aventuramos seriamente a resumir en cinco las lecciones peruanas que Colombia, a las puertas de una determinante elección presidencial, debiera asimilar en el razonamiento de quienes el próximo domingo 29 depositarán su voto de delegación de poder por los cuatro próximos años.
En un mundo globalizado como hoy, con un creciente grado de interdependencia económica y comercial, a tal punto que sistemas autoritarios, otrora comunistas, como los de China y Rusia, se han vuelto eficientes practicantes del capitalismo de Estado, los países latinoamericanos no pueden seguir viviendo con sus visiones estrictamente nacionales y hasta locales, perdiendo perspectiva internacional, de la buena y la mala.
De ahí que no son de ninguna manera ociosas ni menos intrascendentes, y más bien, por el contrario, oportunas y potencialmente esclarecedoras, las lecciones peruanas para una Colombia de 35 millones de personas, que no es cualquier población. Y que viene de vivir todas las tragedias de violencia interna inimaginables, todos los abismos sociales generados por sucesivos gobiernos incompetentes e indolentes y todas las expectativas por un desarrollo económico equilibrado con crecimiento y distribución social, al que, sabe Dios, bajo qué designios más, persiguen y desestabilizan quienes quisieran llevar a Colombia a los niveles de atraso y caos que ha evitado ir en los últimos tiempos, bajo la administración política de Iván Duque.
Primera lección: de la misma manera como un sindicalista de abajo, Pedro Castillo, se ha convertido, en el poder, en la llave de entrada de un comunismo solapado, dispuesto, en una primera etapa, a hacer del Perú un desastre total, Colombia debe evitar, por la vía de las urnas, que un eventual caballo de Troya de la izquierda radical se instale en el Palacio de Nariño. Será el comienzo, como en el Perú, no solo de una captura más del poder en América Latina, como en Venezuela y Nicaragua, sino la incursión en él (en el poder) de cuadros de la violencia terrorista supuestamente puesta fuera de juego.
«El gobierno de Pedro Castillo ha sido un total descalabro político y social»
Segunda lección: un candidato de la derecha como Federico Gutiérrez, que no debe descartar sus posibilidades de ganar en segunda vuelta frente al favorito de la primera vuelta, el izquierdista Gustavo Petro, tiene ante sí la responsabilidad histórica de no dejarse arrebatar fácilmente las banderas de una economía liberal equilibrada y responsable, pues el riesgo de no hacerlo dejará a Colombia en el escampado de sálvese quien pueda, como ocurre en el Perú. El Ministerio de Economía y el Banco Central de Reserva aún tienen aquí al mando a sensatos técnicos, convertidos en los últimos bastiones de la prosperidad económica de los últimos años, mientras Castillo alienta, con su silencio, el desbarajuste de la producción minera, fuente principal de sostén del PBI, la inseguridad jurídica de las inversiones, la desestabilización del comercio y turismo y el desprestigio de las instituciones fiscales y judiciales en la lucha contra la corrupción, de la que su gobierno es, prematuramente, parte escandalosa e impune.
Por lo que viene ocurriendo en el Perú con el gobierno comunista de Castillo, absolutamente inepto, pero extendidamente corrupto en casi todos los sectores del Estado, Colombia debe advertir el peligro de instalación, en un eventual régimen de izquierda radical, de una estructura de extorsión política criminal.
Tercera lección: como no hay gobierno que no sea, democráticamente, producto de los filtros supuestamente responsables de un sistema electoral honesto y eficiente, nuestra advertencia a Colombia, después de la experiencia peruana con su sistema electoral, es que los partidos y candidatos tienen que ser enormemente vigilantes del proceso en las mesas electorales. El fraude no se perpetra, como supuestamente lo habría hecho Castillo y sus huestes de Perú Libre, en las cumbres del poder del sistema electoral, sino en las mesas electorales, rellenando y cambiando cifras, nombres y firmas. Sea el voto impreso o electrónico está expuesto al inescrupuloso manejo de bandas políticas criminales que precisamente operan a sus anchas, más en los procesos del conteo de votos que en los procesos propiamente informáticos, más complicados de vulnerar.
Cuarta lección: que lo que ha pasado en el Perú no se repita en Colombia. Que los caciques regionales de turno no terminen culpando al Gobierno de los desastres económicos y de los escandalosos robos presupuestales de sus jurisdicciones. Hace tiempo que en sus distintas modalidades los gobiernos regionales terminan no asumiendo responsabilidades administrativas y penales en vista de que saben lavarse perfectamente las manos con el Gobierno típico chivo expiatorio. Tiene que haber un poderoso control sobre la distribución presupuestal de los recursos del Estado a nivel nacional y regional. Si este control es débil, como suelen serlo los latinoamericanos, el 80% de esos recursos pasará a manos de la corrupción y dentro de la más vergonzosa impunidad.
Quinta lección: por lo que viene ocurriendo en el Perú con el gobierno comunista de Castillo, absolutamente inepto, pero extendidamente corrupto en casi todos los sectores del Estado, Colombia debe advertir el peligro de instalación, en un eventual régimen de izquierda radical, de una estructura de extorsión política criminal. Esto que viene siendo fenómeno corriente en el Perú y que va desde la pretensión del propio presidente Castillo de imponer una Asamblea Constituyente, absolutamente ajena a sus prerrogativas (el órgano competente para ello es el Congreso de la República) hasta la revelación de condicionamientos presidenciales en los ascensos de coroneles a generales en la Policía Nacional y en el Ejército. La extorsión política criminal campea pues en todos los estratos del Gobierno y el Estado para todos los fines y por todos los medios. Ha terminado por ser parte central de la corrupción y la impunidad y en muchos casos los ha sobrepasado.
«Colombia debe evitar, por la vía de las urnas, que la izquierda radical se instale en el Palacio de Nariño»