Una encuesta aplicada a 17.000 familias dice que tres de cada cuatro venezolanos están en situación de pobreza. Sin embargo, en Caracas se habla de una supuesta “mejoría del país”.
Por MOISÉS SÁNCHEZ
Periodista
Hablar de pobreza extrema en un país que tiene las reservas probadas de petróleo más grandes del mundo parece una contradicción o un invento. Sin embargo, los números no mienten cuando señalan el descalabro económico que vive Venezuela.
El último estudio realizado por el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales (IIES) de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), reflejado en la Encuesta Nacional sobre Condiciones de Vida (Encovi) 2021, indica que la pobreza total se ubicó en 94,5 % y que tres de cada cuatro venezolanos están en situación de pobreza extrema. Eso quiere decir que el 76,6 % de la población vive en hogares donde los ingresos no alcanzan para satisfacer las necesidades básicas. Naciones Unidas señala que alguien está en pobreza extrema cuando vive con menos de 1,90 dólares –unos 7.500 pesos colombianos– al día.
Una nación que vivió a plenitud durante los años en los que el barril de petróleo superó la barrera de los 100 dólares, hoy somete a sus ciudadanos a sobrevivir en medio de la precariedad en el suministro de los servicios públicos. Falta agua potable, hay fallas en el sistema eléctrico y lo que parece ser más paradójico, Venezuela tiene profunda crisis de combustibles.
“El 96 % de los hogares están en situación de inseguridad alimentaria» Anitza Freitez
La catedrática, Anitza Freitez, directora del IIES y coordinadora del Estudio Encovi, señala que el régimen de Nicolás Maduro no ha logrado atacar los problemas que afronta el país, problemas que, sin duda, se agudizaron con la emergencia de la covid-19.
“Antes de la pandemia ya teníamos muchas restricciones de movilidad. Esto, debido a la parálisis económica que lleva alrededor de siete años consecutivos, pero también a la considerable caída de la producción petrolera”, señala Freitez.
En este punto, la catedrática se cuestiona si las severas restricciones a las cuales el país está sometido son producto de la pandemia conjugadas con las medidas adoptadas por Maduro o si, realmente, están tapando con ellas la grave crisis de movilidad derivada de la escasez de combustibles.
Los venezolanos se ven obligados a hacer filas kilométricas para poder surtir sus vehículos de gasolina o diésel, y en zonas de frontera, en el estado de Táchira, por ejemplo, los usuarios no pueden tanquear todos los días y deben esperar a que la autoridad impuesta por el régimen, denominado Gabinete de Combustible, anuncie cada día, sobre las cinco de la mañana, qué terminal de placa podrá abastecer sus vehículos en las distintas estaciones de servicio a precio internacional, es decir, pagando en pesos colombianos.
LA VENEZUELA ‘PRÓSPERA’
Otra paradoja: ¿cómo se entiende, por otro lado, que una nación que llegó al techo máximo de pobreza abra cada día más restaurantes y negocios que siempre se ven abarrotados de compradores?
Caracas es la ciudad de los contrastes. Proyecta en sus cerros y montañas la pobreza de los barrios y acoge en la planicie a personas que hurgan en los desechos de los restaurantes en busca de comida para no morir de hambre. No son falsas las imágenes que dan cuenta de caraqueños –solo por citar un ejemplo– que están cada vez más famélicos debido a la carencia de una alimentación balanceada.
La Encovi revela que el 96 % de los hogares están en “situación de inseguridad alimentaria, relacionada con la insuficiencia de ingresos”, agrega Freitez. La académica manifiesta que muchos venezolanos se saltan alguna comida o reducen las porciones, por lo que la ingesta calórica es insuficiente.
“El consumo de alimentos se concentra en carbohidratos, los más baratos (además de ser los distribuidos por el Gobierno a través del Comité Local de Abastecimiento y Producción, CLAP). Entre 2019 y 2021, tal y como lo reporta la Encovi, el consumo disminuyó en todos los rubros”, anota Freitez.
De acuerdo con el estudio, los hogares en extrema pobreza gastan alrededor de 5,65 dólares mensuales en la adquisición de proteínas de origen animal (carne de res, pollo, huevos, pescado); ello refleja una disminución del 3,5 % con respecto a 2020.
Esta realidad contrasta con la supuesta mejoría nacional, la cual los más pobres no logran divisar en el horizonte, pero que está presente en los bodegones (tiendas de licores y charcutería) y en los novedosos restaurantes a los que ellos no tienen acceso.
En contraposición, Luis Vicente León, presidente de la encuestadora Datanálisis, asegura que el 13 % de la población está ubicada en estratos altos y medios (A, B y C), tienen ingresos elevados y pueden disfrutar de esos espacios, explicando así el fenómeno de la supuesta prosperidad. La Encovi arroja que el 60 % de la población ocupada está en el sector informal y no cuenta con protección social. “Si tú me dices que el 96 % de la población venezolana es pobre porque está pasando hambre, la respuesta es que eso no es verdad”, señala León.
“Mientras lo político no se resuelva es imposible esperar resultados económicos que sean sobresalientes” Henkel García
El directivo no busca enfrentarse a la Encovi, pero asegura que la medición hecha por su empresa ubica al 87 % de los venezolanos en algún grado de pobreza (estrato D), pero sin sufrir hambre. “Su capacidad de compra es importante para los vendedores. No es cierto que los recoges con pala como en Haití. Encovi tampoco está diciendo eso. Claro que hay gente buscando comida en la basura, pero en Venezuela ocurrió un fenómeno entre 2018 y 2021 que no lo podemos obviar: la dolarización transaccional de la economía”, afirma. A diferencia de la Encovi, Datanálisis mide la capacidad de compra de los ciudadanos para explicar los procesos económicos.
Por su parte, el director de Econométrica, Henkel García, cree que esta percepción de prosperidad se debe a la política de flexibilización que el régimen de Maduro asumió desde 2018, cuando abandonó la ‘hostilidad’ que existía contra los empresarios y como consecuencia de ello se generó un ambiente más ‘benigno’ que de alguna manera ha permitido la aparición de esos nuevos negocios. Sin embargo, los ve como “algo pequeño, anecdótico, que no es capaz de producir el bienestar suficiente para sacar a millones de habitantes de la pobreza”.
LA DOLARIZACIÓN DEL PAÍS
El bolívar sigue siendo la moneda de curso legal en Venezuela; es una divisa devaluada y con poder de compra pulverizado. En octubre de este año sufrió una nueva reconversión que da cuenta de la hiperinflación que azota al país, pero que, en palabras de los economistas, era necesaria para manejar cifras y pagar impuestos. El flujo de efectivo –en ese papel moneda– en las calles del país es casi inexistente.
Es así como entró en juego, desde 2018, una dolarización no oficial que, de una u otra manera, ha estabilizado un poco la precariedad económica. La escasez de productos que amargaba la vida del ciudadano desapareció, los estantes en los supermercados volvieron a llenarse, reaparecieron los medicamentos en las droguerías y las largas filas para adquirir productos de primera necesidad se acabaron.
Esa situación dio la falsa esperanza de que todo se estaba solucionando. No obstante, los salarios no alcanzaban para cubrir las necesidades básicas, sin importar que Maduro anunciara cada tres o cuatro meses un nuevo aumento salarial. Existían productos, pero no dinero para comprar.
Así fue como el chavismo concentró su política social en la venta a bajo costo de las cajas CLAP, que contienen alimentos no perecederos, y en la entrega de bonificaciones económicas, a través de transferencias monetarias, a los ciudadanos con “Carné de la Patria”, un instrumento de control social ideado por el régimen.
Para 2021, según la Encovi, debido al proceso inflacionario, los bonos que se entregan en este momento tienen menor capacidad de compra que los otorgados en 2020.
Entonces, ¿favorece o no la convivencia del dólar y el peso colombiano a la frágil economía venezolana? León cree que favorece desde la perspectiva de subsistencia, mas no de crecimiento ni de desarrollo. “Decir que Venezuela se arregló porque se dolarizó la economía es una barbaridad; lo que sí se puede concluir es que, comparada con la que teníamos en 2018, está mucho mejor hoy”, comenta.
El dólar es el que tiene mayor uso extendido sobre todo en la zona central. Si se viaja a la frontera con Colombia, por supuesto, el peso empieza a tener un rol más importante que este. Pero en el estado de Bolívar, donde está el grueso de la explotación de yacimientos minerales, se utiliza el oro como mecanismo para pagar bienes y servicios o compras en general.
En palabras de García “es una moneda buena que desplaza a la mala. Aunque el bolívar se va a mantener porque, paradójicamente, formalizar la dolarización en medio de las sanciones es complicado, y el chavismo tiene la opción de financiarse por emisión monetaria”.
LA SALIDA
Es difícil entender cómo se podría generar un cambio político o económico en Venezuela con los mismos dirigentes que han gobernado a la nación desde hace 22 años. León considera que es más probable que la solución a la crisis provenga de cambios estructurales dentro del régimen “que de la oposición sacando al chavismo”.
A diferencia de León, García considera que el cambio político es fundamental para que ocurra un cambio estructural. Ve muy difícil esperar soluciones por parte de aquellos que han llevado al país a la peor crisis de su historia. “Lo político y lo económico van de la mano, pero acá hasta que lo político no se resuelva es imposible esperar resultados económicos que sean sobresalientes”.
Algo en lo concuerdan ambos catedráticos es que en Venezuela debe existir un restablecimiento de la confianza en las instituciones y personas que delinean las políticas económicas, la seguridad jurídica que promueva la inversión y la apertura de mercados; y reglas de juego claras que incluyan el rescate de la maltratada industria petrolera.
Los más afectados, como en todo sistema autoritario, son los ciudadanos, cuyas esperanzas de supervivencia están supeditadas a las migajas de un régimen que se regodea al decir que es el país más feliz del mundo y que alardea de una disminución significativa de la pobreza gracias a sus misiones sociales mediante las cuales reparten de forma igualitaria la miseria.