Por Ricardo Otero
El mundo entero pide un respiro. Un año y medio de pandemia y crecientes insatisfacciones sociales han creado un escenario en el que las distintas ciudadanías del mundo se ven constantemente bombardeadas por una sensación de desolación; por tragedias nacionales y globales que opacan los esfuerzos por devolvernos a una concepción de normalidad que ahora vemos más lejana, un reto gigantesco de nuestro tiempo por mantener a flote la salud mental o, siquiera, un momento de paz y tranquilidad.
Colombia es, sin duda, uno de los lugares más complejos en los cuales habitar. Es azotado por interminables confrontaciones sociales y políticas, pero igualmente tiene un territorio bendecido por la creación, con la vastedad de su biodiversidad y sus paisajes de ensueño, que son pintados por la naturaleza desde el inicio de los tiempos. Cuadros que gritan vida en cada espacio, en cada montaña, en los ríos y en las praderas.
Es por ese maravilloso obsequio que el mundo nos ofrece, que volcamos nuestra mirada hacia la ruralidad en busca de paz; deseamos constantemente recorrer caminos empedrados y pueblos de magia ancestral. Es en nuestro campo donde podemos evadir por un instante la mirada hacia la constante acumulación de conflictos que vivimos en las ciudades.
Estas imágenes intentan ofrecer una ventana hacia el asombro, redescubrir lo invaluable y su capacidad por ofrecernos un escenario donde la vida emerge y rodea todo lo que existe; una ventana sin un horizonte final, un breve, pero a la vez gigantesco chispazo de magnificencia y humildad; un mundo dentro de nuestro habitual mundo; un sendero donde poder respirar nuevamente la tranquilidad que tanto necesitamos, donde observar y sentir que la belleza de nuestro país aún grita rebosante de vida y de tranquilidad.
El manto verde cubre la fértil tierra de una siempre hermosa Villa de Leyva. El azul del cielo y la alfombra esmeralda oro custodian los secretos de criaturas prehistóricas de más de 100 millones de años que duermen fosilizadas bajo sus caminos y su caprichosa geografía. Las cadenas montañosas atraviesan y parten el país creando gigantescos riscos que adornan el territorio de los Santanderes, dando paso a paisajes rocosos, diversos climas y una riqueza escondida en el nororiente colombiano.
Lugares privilegiados de la naturaleza que nos invitan a hacer una pausa y emanan tranquilidad. Esa que a veces se nos hace tan esquiva.